Venustiano Carranza ha logrado hacerse de partidarios haciendo buenas sus promesas de repartos de tierra y dotación de ejidos a los pueblos.
Viendo que el pueblo ya no tiene fe en promesas, para después del triunfo, va haciendo efectivas esas promesas, va poniendo en práctica las reformas qúe agregó a su programa cuando se dió cuenta de que el pueblo lucha por adquirir bienes materiales que le den independencia económica, sin la cual la libertad del individuo es imposible.
En Veracruz, en Yucatán y en algunos otros Estados, controlados por Carranza, se están llevando a cabo repartos de tierras entre los campesinos, y los pueblos están siendo dotados de ejidos. Pero, ¿la realización de tales promesas dará a los desheredados la libertad y el bienestar a que tienen derecho como seres humanos que son? No lo creemos, porque tales reformas no dan muerte al llamado derecho de propiedad privada o individual. Ese derecho inicuo, fuente de todos los males que sufre la humanidad, queda en pie, y al quedar en pie, tienen que vivir igualmente sus dos poderosos apoyos: la Iglesia y el Estado, esto es, el sacerdote y la autoridad, sin los cuales el capital no podría existir.
Menos malo seria si esos repartos de tierra se hicieran a titulo gratuito, esto es, que nada se cobrase por ellos a los beneficiados; pero no es asi: el campesino que recibe un pedazo de tierra, tiene que pagar el valor de dicho pedazo al burgués, por medio del gobierno. Tiene que pagar, además, contribuciones para que puedan vivir y divertirse, el presidente de la República, los ministros de su gabinete, los diputados, los senadores, los jueces, los magistrados, los empleados de toda denominación, los soldados, los policías, los carceleros, sin contar con los representantes diplomáticos y consulares a quienes hay que dar cantidades enormes de dinero para que representen al país, y las mil y mil canonjías y gajes que se reparten entre los favoritos de los gobernantes, y las inmensas cantidades que quedan embarradas en las manos de los funcionarios, grandes y chicos, aparte de sus sueldos legales.
Todo esto tiene que ser pagado, aparte de las fabulosas cantidades de dinero que se invierten en material de guerra, en edificios públicos y mil obras más, costosas todas porque todos quieren sacar ventajas de ellas, y aparte, también, de la deuda nacional que asciende a cantidades que la imaginación casi no puede concebir.
El campesino, dentro del sistema de la propiedad privada o individual, tiene que pagar el agua para el regadío de su parcela; tiene que pagar la leña que trae del bosque o del depósitb del burgués; tiene que construir su jacal a costa de dinero y comprar la herramienta y bestias que necesite para sus trabajos; tiene que contar con provisiones para no morir de hambre mientras levanta la primera cosecha; tiene que contar con fondos para hacerse de las semillas que necesita para la siembra; en suma: necesita dinero para todo, incluso para lo que no le hace falta, sino que lo embrutece, lo sangra y lo explota: la autoridad y el clero.
Y si es malo el año, ¡qué angustia! El gobierno exigirá las contribuciones como si las cosechas hubieran sido buenas; el agiotista exlgirá lo prestado al campesino, sin conslderación de ninguna clase. Habrá entonces que vender o empeñar el caballo o el buey, o que pedir prestado más dinero, para salir adelante y llenar otros estómagos, los estómagos de nuestros verdugos, mientras nuestros niños y nuestras compañeras y nuestros ancianos padres languidecen a nuestra vista, víctimas de nuestra terquedad de querer gobierno, sufriendo las consecuencias de nuestra falta de valor para decir a los caudillos revolucionarios: ¡No queremos reformas! ¡Queremos la abolición del derecho de propiedad privada o individual! ¡Queremos que todo lo que existe sea para todos! Y haciendo mil pedazos las banderas personalistas, agitar por lo alto el Manifiesto del 23 de septiembre de 1911, cuyos principios son los únicos que garantizan a todo ser humano el bienestar y la libertad, porque no quiere más propiedad privada ni autoridad, ni clero.
El pobre, el verdadero paria, el desheredado que no cuenta con un terrón para reclinar la cabeza, ése nada gana con las reformas carrancistas, porque necesita dinero para ponerse a trabajar un pedazo de tierra; pero suponiendo que contase con algo para provisiones, utensilios para el trabajo y lo más indispensable para poder subsistir mientras levanta la primera cosecha, y suponiendo todavía más, que la cosecha sea buena, estando el mercado controlado por los capitalistas, tendría que sujetarse el campesino a vender a vil precio sus productos a los acaparadores, con lo que habría trabajado más que cualquier jornalero por una despreciable pitanza, y la miseria y la tristeza continuarían reinando en su hogar, mientras la abundancia y la dicha reinartan en los hogares de los burgueses, de la misma manera que había ocurrido antes de la revolución.
Las reformas carrancistas son la burla más sangrienta que pueda haber recibido nunca el proletariado. Su reforma agraria es una bofetada dada en pleno rostro a los desheredados.
¡Nada de reformas! Lo que necesitamos los hambrientos, es la libertad completa, basada en la independencia económica. ¡Abajo el llamado derecho de propiedad privada! Y mientras este derecho inicuo continúe en pie, en pie continuaremos y con las armas en la mano todos los proletarios. ¡Basta de burlas! Proletarios: a quien os hable de carrancismo, escupidle el rostro y quebradle el hocico.
¡Viva Tierra y Libertad!
(De Regeneración, del 2 de octubre de 1915, N° 206).
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