viernes, 30 de abril de 2010

Nuestras diferencias



Introducción

Este documento es importante en la medida que se ensaya la teoría de la revolución permanente:

No hay por qué esperar a que la burguesía desarrolle las fuerzas productivas, esa es tarea de la libre determinación de los pueblos.

Dedicado a esos que dicen que cuando el proletariado está insurrecto no es momento de expropiar las tierras, las aguas y las fábricas para ponerlas bajo el control democrático del pueblo.

Es justo cuando el pueblo vence en un territorio, la acción inmediata es expropiar, crear autonomía y democracia obrera, indígena, estudiantil ahora que en la UNAM ya se cobran 5 000 pesos por los cursos de educación continua en el edificio Justo Sierra.

Veamos el ejemplo claro de Bolivia, que después que levanta barricadas en agosto de 2008 para contrarrestar la ofensiva armada de los grupos riquillos de terratenientes y monopolistas vence en las calles.

¿Qué les dice el primer presidente indígena de América latina?

Váyanse a su casa y esperen el llamado a la próxima asamblea Constituyente.

El pueblo boliviano derrocó a Gonzalo Sánchez de Lozada en el 2003 a base de dinamita, los mineros tras haber sido reprimidos por los soldados usan la dinamita que arrojan desde las casas, las escenas: ¡¡soldados volando en mil pedazos!!.

Ya van 7 años desde aquel entonces, la gente indígena que luchó con los mineros luchó por tierras, en lugar de ello: esperen a las elecciones, gana Evo Morales, ¿y la Cheyenne apá?, perdón ¿y las tierras Evo?:

La respuesta: esperen hasta la próxima constituyente.

Este cuento lo han venido implementando los estalinistas desde 1931 en Francia, los resultados: un rotundo fracaso tras una insurrección victoriosa.

Por ello adquiere vital importancia la praxis bolchevique, la praxis magonista, la praxis zapatista: junto a la insurrección, la expropiación y el poder del pueblo contra el opresor, oprimirlo hasta desaparecer las clases sociales para ahora sí, vivir en paz, la paz del poderoso es la paz de los cementerios, la paz del oprimido es la paz igualitaria.

En México la burguesía ya tuvo más de 80 años para desarrollar las fuerzas productivas, hoy por hoy somos una colonia de Estados Unidos, no producimos tecnología y nuestra industria está casi muerta, al igual que las iniciativas capitalistas que pretenden implementar con el famoso Plan Puebla – Panamá es ecocida, atrasado, violenta la autonomía de los pueblos y su derecho a la autodeterminación. Ahora mismo se está imponiendo a sangre y fuego, pero los oprimidos sabremos responder de la única manera que sabemos hacerlo: no con medias tintas, sino a la manera revolucionaria, a la manera insurreccional.

El SME debe rescatar sus tradiciones clasistas, cerrar filas al margen de los conciliadores con el Estado y rescatar sus verdaderas tradiciones que le dieron vida: la expropiación de la industria eléctrica, es cierto que el régimen cardenista era todo menos socialista, la expropiación fue por la presión de las manifestaciones armadas del sindicato petrolero en el Zócalo de la Ciudad de México, de hecho con Cárdenas nace el corporativismo: la génesis política de la privatización, pues Cárdenas creando la CNC (desde entonces de filiación priísta) y junto al Partido Comunista Mexicano (PCM), se encargan de sacar a los militantes huelguistas del PCM de la CTM (confederación donde estos tenían posiciones de dirigentes naturales) por ordenes de Cárdenas, Lombardo Toledano y José Stalin para imponer al charro de charros: Fidel Velázquez.

¡ ¡ NI UN GRAMO DE CONFIANZA EN EL ESTALINISMO, EL CHARRISMO Y EL CORPORATIVISMO PRIÍSTA ! !

Javier Montes, GMR.

30 de abril de 2010







Nuestras diferencias [1]

Por León Trotsky

Junio de 1909


“Tienes toda la razón al decir que es imposible superar la apatía contemporánea por medio de teorías”, escribía Lassalle a Marx en 1854, es decir, en la época de una furiosa reacción mundial. “Voy a generalizar incluso este pensamiento, diciendo que hasta ahora nunca se ha podido vencer la apatía por medios puramente teóricos; es decir, que los esfuerzos de la teoría por vencer esta apatía han engendrado discípulos y movimientos prácticos que no han conseguido nada, que nunca han logrado suscitar un movimiento mundial real, ni un movimiento general de las consciencias. Las masas no entran en el movimiento, tanto en la práctica como en el aspecto subjetivo, sino por la fuerza de los acontecimientos.”

El oportunismo no comprende esto. Se tomaría por una paradoja la afirmación de que el rasgo psicológico del oportunismo es su “incapacidad para esperar” y, sin embargo, es así. En los períodos en que las fuerzas sociales aliadas y adversarias, tanto por su antagonismo como por sus reacciones mutuas, llevan una vida política sin movimiento; cuando el trabajo molecular del desarrollo económico, reforzando más aún las contradicciones, en vez de romper el equilibrio político, parece más bien endurecerlo provisionalmente y asegurarle una especie de perennidad, el oportunismo, devorado por la impaciencia, busca en torno suyo “nuevas” vías, “nuevos” medios de realización. Se agota en lamentaciones sobre la insuficiencia y la incertidumbre de sus propias fuerzas y busca “aliados”. Marcha hacia los liberales, los llama, e inventa fórmulas especiales de acción para uso del liberalismo.

Pero al no encontrar más que descomposición política, el oportunismo sigue buscando entre los demócratas. Tiene necesidad de aliados. Busca en la derecha y en la izquierda, y trata de retenerlos. Se dirige a “sus fieles” y los exhorta a mostrar la mayor prevención ante cualquier posible aliado. “Mucho tacto, hace falta mucho tacto”. Sufre de una enfermedad que es la manía de la prudencia y, en su furor, hiere a su propio partido.

El oportunismo quiere tener en cuenta una situación, o unas condiciones sociales que aún no están maduras. Quiere un “éxito” inmediato. Cuando los aliados de la oposición no pueden servirle, corre al gobierno, suplica y amenaza... Por último, encuentra un lugar en el gobierno (ministerialismo), pero solamente para demostrar que, si bien la teoría no puede adelantar el proceso histórico, el método administrativo tampoco consigue mejores resultados.

El oportunismo no sabe esperar, y por eso los grandes acontecimientos le parecen siempre inesperados, lo dejan atónito y lo arrastran en su torbellino y, al perder pie, lo mismo tiende a una orilla que a otra. Intenta resistir, pero en vano, y entonces se somete adoptando aires de satisfacción y moviendo los brazos para que parezca que sabe nadar, y gritando más fuerte que nadie... Una vez pasado el huracán, sube a la orilla, se sacude disgustado, se queja de dolor de cabeza y de reumatismo y, atormentado aún por el malestar de la borrachera, no ahorra las palabras crueles a propósito de esos “chiflados” de la revolución.

La socialdemocracia nació de la revolución y camina hacia ella. Toda su táctica durante los períodos llamados de evolución pacífica se limita a acumular fuerzas cuyo valor e importancia sólo aparecerán en el momento de la batalla revolucionaria. Lo que se llama “épocas normales” o “tiempos de paz” son los períodos durante los cuales las clases dirigentes imponen al proletariado su concepción del derecho y sus procedimientos de resistencia política (tribunales, reuniones políticas vigiladas por la policía, parlamentarismo...). Las épocas revolucionarias son aquellas en que el proletariado descubre procedimientos que convienen mejor a su naturaleza revolucionaria (reuniones libres, prensa libre, huelga general, insurrección ... ). “Pero, en la locura revolucionaria (!), cuando el fin de la revolución parece próximo, la táctica de los mencheviques, tan razonable, no consigue imponerse...” La táctica de la socialdemocracia estaría, pues, estorbada por la “locura revolucionaria “. Locura revolucionaria (¡qué terminología!). La verdad es, simplemente, que los mencheviques, con su “razonable táctica”, pedían “una alianza temporal de acción” con el partido demócrata constitucional, y la locura revolucionaria les impidió tomar esta saludable medida...

Cuando se lee la correspondencia de nuestros maravillosos clásicos que, desde sus observatorios -el más joven en Berlín y los otros dos en el centro mismo del capitalismo mundial, en Londres- miraban con gran atención el horizonte político, anotando cualquier incidente o fenómeno que pudiese anunciar la llegada de la revolución; cuando se leen estas cartas en las que se respira la atmósfera de espera impaciente pero sin desesperanza, y en las que se ve la subida de la lava revolucionaria, entonces se llega a odiar a esta cruel dialéctica de la historia que, para alcanzar unos fines momentáneos, relaciona con el marxismo a unos pensadores desprovistos de todo talento, tanto en sus teorías como en su psicología, y que oponen su “razón” a la locura revolucionaria.

“... El instinto de las masas en las revoluciones -escribía Lassalle a Marx en 1859- es generalmente más seguro que la razón de los intelectuales... Y es precisamente la falta de instrucción la que protege a las masas contra los peligros de una conducta demasiado razonable... La revolución, continúa Lassalle, no puede llevarse a cabo más que con ayuda de las masas y gracias a su apasionada abnegación. Pero estas multitudes, precisamente porque son “oscuras”, porque les falta instrucción, no saben nada de posibilismos y, lo mismo que un espíritu poco desarrollado no admite más que los extremos en todo, no conoce más que el sí o el no e ignora el juste milieu, las masas no se interesan más que por los extremos, por lo que es entero e inmediato. A fin de cuentas, eso crea una situación en la que aquellos que razonan demasiado la revolución, se encuentran con que no tienen amigos ni adeptos a sus principios. Así, lo que parecía una razón superior queda reducido a ser el colmo de la sinrazón.”

Lassalle tiene toda la razón al oponer el instinto revolucionario de las masas ignorantes a la táctica “razonable” de los calculadores de la revolución. Pero el instinto bruto no es por sí mismo el criterio último, desde luego. Hay un criterio superior, y es “el conocimiento de las leyes de la historia y del movimiento de los pueblos”. Solamente “una ‘sabiduría’ realista -concluye- puede superar a la “razón” realista y elevarse por encima de ella”. La sabiduría realista, que en Lassalle conserva aún cierto idealismo, se manifiesta claramente en Marx como una dialéctica materialista. La fuerza de esta doctrina está en que no opone su “táctica razonable” al movimiento real de Marx, sino que precisa, depura y generaliza este movimiento. Y, precisamente porque la revolución arranca los velos místicos que impedían ver los rasgos esenciales del agrupamiento social y empuja a las clases contra las clases en el Estado, el político marxista se siente en la revolución como en su elemento.

Y, ¿cuál es esta “razonable táctica menchevique” que no puede ser realizada o -peor aún- que ve la causa de su falta de éxito en la “locura revolucionaria” y espera conscientemente a que esta locura haya pasado, es decir, que haya sido aplastada por la fuerza la energía revolucionaria de las masas?

El primero en tener el triste coraje de considerar los acontecimientos de la revolución como una serie de errores ha sido Plejanov. Nos ha dado un ejemplo luminosamente claro; durante veinte años ha defendido infatigablemente la dialéctica marxista contra todos los doctrinarios, utopistas y racionalistas, pero luego, ante las realidades de la revolución política, se ha revelado como el mayor utopista y doctrinario imaginable.

En todos sus escritos de la época revolucionaria buscaríamos en vano lo que más nos importa, la dinámica de las fuerzas sociales, la lógica interna de la evolución revolucionaria de las masas. En lugar de esto, Plejanov nos ofrece múltiples variaciones sobre un silogismo sin valor, cuyos términos se disponen así: primero, “nuestra revolución tiene un carácter burgués” y al final, “hay que conducirse con los demócratas constitucionales con mucho tacto”. Aquí no encontramos ni análisis teórico ni política revolucionaria, no vemos más que las inoportunas anotaciones de un razonador al margen del gran libro de los acontecimientos. El mejor resultado de este tipo de crítica es una enseñanza pedagógica que viene a ser la siguiente: si los socialdemócratas rusos hubieran sido marxistas y no metafísicos, nuestra táctica en el año 1905 habría sido muy diferente. Es curioso que Plejanov no piense siquiera en preguntarse cómo, tras haber enseñado él mismo durante un cuarto de siglo el más puro marxismo, sólo ha contribuido a crear un partido de “metafísicos” revolucionarios, y, lo que es más grave, cómo estos “metafísicos” han conseguido llevar por el mal camino a las masas obreras, dejando de lado a los “verdaderos marxistas” en una posición de doctrinarios sin autoridad.

Una de dos, o bien Plejanov ignora por qué secretos medios la doctrina marxista se ha transformado en acción revolucionaria, o bien los “metafísicos” gozan de ventajas indiscutibles en la revolución, ventajas que faltan a los “verdaderos” marxistas. En todo caso, las cosas no irían mejor aunque todos los socialdemócratas rusos realizaran la táctica de Plejanov; quedarían borrados necesariamente por unos “metafísicos” de origen no marxista. Plejanov deja a un lado prudentemente este fatal dilema. Pero Cherevanin, el honesto Sancho Panza de la doctrina de Plejanov, coge tranquilamente al toro por los cuernos -o, dicho en lenguaje de Cervantes, coge al burro por las orejas y declara: “En un período de locura revolucionaria, la verdadera táctica marxista no tiene ninguna utilidad.”

Cherevanin se ha visto obligado a llegar a esta conclusión, porque al asignarse la tarea que su maestro evitaba cuidadosamente, ha querido darnos una visión de conjunto de la revolución y del papel que el proletariado ha tenido en ella. Mientras que Plejanov se limitaba, prudentemente, a criticar en detalle ciertas posturas y ciertas declaraciones, ignorando deliberadamente el desarrollo interno de los acontecimientos, Cherevanin se ha preguntado: ¿Cuál habría sido el aspecto de la historia si se hubiese desarrollado conforme a la “verdadera táctica menchevique”? Y ha respondido a esta pregunta con su folleto El proletariado en la revolución (Moscú, 1907), que es un documento que muestra la extraña valentía de que se es capaz cuando se tiene una inteligencia limitada.

Pero cuando hubo corregido todos los errores de la revolución y fijado en el orden menchevique todos los acontecimientos, con intención de llevar, teóricamente por supuesto, a la revolución por el camino de la victoria, se dijo: Pero, ¿por qué la historia se ha salido del buen camino? A esta cuestión ha contestado por medio de otro librito, La situación actual y el posible porvenir; y, de nuevo, esta obra manifiesta que la infatigabilidad de su escasa inteligencia le puede llevar a descubrir ciertas verdades: “La derrota sufrida por la revolución ha sido tan grave, declara Cherevanin, que sería ‘absolutamente imposible’ buscar las causas en determinados errores del proletariado. No se trata de errores, por supuesto, sino de razones más profundas”(p. 174). La vuelta de la gran burguesía a su antigua alianza con el zarismo y con la nobleza, ha tenido una influencia fatal en el destino de la revolución. El proletariado ha contribuido “en una importante medida” y con una fuerza decisiva a unificar estos valores distintos, y a formar un todo contrarrevolucionario. Y, si se mira hacia atrás, se puede afirmar ahora que “este papel del proletariado era inevitable” (p. 175; el entrecomillado es nuestro, LT.). En su primer libro, Cherevanin, siguiendo a Plejanov, atribuía todos los reveses de la revolución al blanquismo de la socialdemocracia. Ahora, su inteligencia limitada, pero sincera, se rebela contra esta opinión y declara : “Imaginemos que el proletariado se haya encontrado todo el tiempo bajo la dirección de los verdaderos mencheviques y que todo se haya llevado a la manera de los mencheviques [2] ; la táctica del proletariado habría mejorado con ello, pero sus tendencias generales no habrían podido modificarse y lo hubieran conducido al fracaso inexorablemente “ (p. 176). En otros términos, el proletariado, como clase, no habría sido capaz de “limitarse” según la doctrina menchevique.

Desarrollando su lucha de clases empujaba necesariamente a la burguesía hacia la reacción. Los defectos en la táctica no hacían sino “agravar el triste papel (!) del proletariado en la revolución, pero no determinaban la marcha de las cosas”. Así, “el triste papel del proletariado” procedía esencialmente de sus intereses de clase. Es una conclusión francamente deshonrosa, marca una completa capitulación ante todas las acusaciones lanzadas por el cretinismo liberal contra el partido que representa al proletariado. Y, sin embargo, en esta vergonzosa conclusión hay una partícula de verdad histórica: la colaboración del proletariado con la burguesía ha sido imposible, no a causa de las imperfecciones del pensamiento socialdemócrata, sino como consecuencia de la división profunda que existía en la “nación” burguesa. El proletariado de Rusia, en virtud de su carácter social claramente definido y del grado de conciencia a que había llegado, no podía manifestar su energía revolucionaria más que en nombre de sus intereses particulares. Pero la importancia radical de los intereses que ponía por delante, e incluso su programa inmediato, exigía necesariamente que la burguesía oscilase hacia la derecha.

Cherevanin comprendió esto. Pero -dijo- ahí está la causa del fracaso. Bien. Pero, ¿adónde llegamos con esto? ¿Qué le quedaba por hacer a la socialdemocracia? ¿Tenía que tratar de engañar a la burguesía por medio de las fórmulas estilo Plejanov? ¿0 bien debía cruzarse de brazos y abandonar al proletariado en el inevitable desastre? ¿0 quizá por el contrario, reconociendo que es inútil contar con una colaboración duradera de la burguesía, debía obrar de manera que se revelase toda la fuerza de clase del proletariado, de forma que se despertase el interés social entre las masas campesinas? Tal vez la solución hubiera sido recurrir al ejército proletario y campesino y buscar la victoria por esa vía. Pero esto no se podía prever. En segundo lugar, cualesquiera que fuesen las posibilidades de victoria, la vía que indicamos era la única que podía utilizar el partido de la revolución, si es que no optaba por un suicidio inmediato ante el peligro de una derrota.

Por tanto, la lógica interna de la revolución, que Cherevanin sólo entrevé ahora, cuando “mira hacia atrás”, estaba clara, antes incluso de los acontecimientos decisivos de la revolución, para aquéllos a los que acusan de “locura”.

Escribíamos en julio de 1905: “Esperar hoy alguna iniciativa, alguna acción resuelta de la burguesía, es menos razonable aún que en 1848. Por una parte, los obstáculos a superar son mucho mayores; por otra parte, la segregación social y política en el seno de la nación ha ido mucho más lejos. El complot de silencio de la burguesía nacional y mundial suscita terribles dificultades en el movimiento de emancipación; se trata de limitar este movimiento a un arreglo entre las clases poseedoras y los representantes del antiguo régimen, con el único fin de aplastar a las masas populares. En estas condiciones, la táctica democrática no puede conducir más que a una lucha abierta contra la burguesía liberal. Es necesario que nos demos cuenta de esto. El verdadero camino no está en ‘una unión’ ficticia de la nación contra su enemigo (el zarismo), está en un desarrollo profundo de la lucha de clases en el propio seno de la nación... Indiscutiblemente, la lucha de clases llevada a cabo por el proletariado podrá empujar a la burguesía hacia delante; sólo la lucha de clases es capaz de obrar así. Por otra parte, es incontestable que el proletariado, cuando haya modificado, por medio de la presión, la inercia de la burguesía, chocará con ésta en un momento determinado, en el curso de la lucha, como con un obstáculo inmediato. La clase que sea capaz de superar este obstáculo será la que asuma la hegemonía, si es que es posible para el país conocer un renacimiento democrático. En estas condiciones es como vemos la posibilidad de preponderancia del Cuarto Estado. Desde luego, el proletariado lleva a cabo su misión buscando un apoyo, como en otro tiempo hizo la burguesía, en la clase campesina y en la pequeña burguesía. El proletariado dirige el campo, lleva a los pueblos a la lucha y los interesa en el éxito de sus planes, pero es él, necesariamente, el único jefe. No es la ‘dictadura de los campesinos y del proletariado’, es la dictadura del proletariado apoyado en los campesinos. La obra que lleva a cabo no se limita, por supuesto, a las fronteras del país. Por la lógica misma de su situación tendrá que entrar inmediatamente en la lucha internacional.” [3]


La opinión de los mencheviques sobre la revolución rusa no ha estado nunca muy clara. Lo mismo que los bolcheviques, hablaban de “llevar la revolución hasta el final”, pero unos y otros entendían esta fórmula de manera muy limitada. Se trataba de realizar un “programa mínimo” tras el cual se abriría la época de explotación capitalista “normal”, en las condiciones generales del régimen democrático. Sin embargo, “para llevar la revolución hasta el final” había que derribar el zarismo y hacer pasar el poder a manos de una fuerza social revolucionaria. ¿Cuál? Para los mencheviques era la democracia burguesa; para los bolcheviques, el proletariado y los campesinos.

Pero, ¿qué es la “democracia burguesa” de los mencheviques? Este término no designa a un grupo social determinado, cuya existencia sea real; es una categoría fuera de la historia, inventada por medio de deducciones y analogías. Ya que la revolución debe ser llevada “hasta el fin”, ya que es una revolución burguesa, ya que los jacobinos, revolucionarios demócratas en Francia, llevaron la revolución hasta el fin, la revolución rusa no puede transmitir el poder más que a la democracia revolucionaria burguesa.

Tras haber establecido, de manera inmutable, la fórmula algebraica de la revolución, tratan de añadirle valores aritméticos que no existen en la naturaleza. A cada momento se ven copados porque la socialdemocracia crece y adquiere fuerza a expensas de la democracia burguesa.

No hay, sin embargo, nada de extraño en esto; las cosas no pasan así por casualidad sino como consecuencia de la estructura social. Incluso el fenómeno más natural se opone claramente a las artificiales concepciones de los mencheviques. Lo que impide el triunfo de la revolución burguesa democrática es, principalmente, que el partido del proletariado crece en fuerza y en importancia. De ahí que la filosofía menchevique quiera que la socialdemocracia desempeñe el papel penoso, porque resulta demasiado difícil para la raquítica democracia burguesa; es decir, que la socialdemocracia, en vez de actuar como el partido independiente del proletariado, pase a ser una agencia revolucionaria destinada a asegurar el poder a la burguesía. Es evidente que si la socialdemocracia optase por este camino se condenaría a una impotencia semejante a la del ala izquierda de nuestro liberalismo. La nulidad de este último y la creciente fuerza de la socialdemocracia revolucionaria son dos fenómenos relacionados, que se completan entre sí. Los mencheviques no comprenden que, en la sociedad, lo que debilita a la democracia burguesa es, al mismo tiempo, una fuente de fuerza e influencia para la socialdemocracia. En la impotencia de la primera creen ver la impotencia de la revolución misma. Creo que no hace falta decir hasta qué punto es insignificante este pensamiento cuando se consideran las cosas desde el punto de vista de la socialdemocracia internacional, en tanto que partido que lucha por la transformación socialista mundial. Es suficiente comprobar cuáles son las condiciones reales de nuestra revolución. Con lamentaciones no se resucita al Tercer Estado. Se impone, pues, la única conclusión posible: sólo la lucha de clases del proletariado, que somete a su dirección revolucionaria a las masas campesinas, puede “llevar a la revolución hasta el final”.

¡Eso es perfectamente cierto!, dicen los bolcheviques. Para que nuestra revolución salga victoriosa ha de ser llevada a cabo conjuntamente por el proletariado y los campesinos. Ahora bien, “la coalición del proletariado y de los campesinos, coalición que obtendrá la victoria sobre la revolución burguesa, no es otra cosa que la dictadura revolucionario- democrática del proletariado y los campesinos". Así habla Lenin en el número 2 de Przeglad. La obra de esta dictadura consistirá en democratizar las relaciones económicas y políticas dentro de los límites de la propiedad ejercida por particulares sobre los medios de producción. Lenin establece una distinción de principio entre la dictadura socialista del proletariado y la dictadura democrática (es decir, burguesademocrática) del proletariado y los campesinos. Esta separación lógica, puramente formal, aparta, en su opinión, las dificultades con que habría tenido que contarse si se hubiese tenido en cuenta, por una parte, la poca importancia de las fuerzas productivas y, por otra, la dominación de la clase obrera. Si pensáramos, dice, que podríamos llevar a cabo un cambio de régimen en el sentido socialista, iríamos hacia un fracaso político. Pero desde el momento en que el proletariado, al tomar el poder junto con los campesinos, comprende claramente que su dictadura no tiene más que un carácter “democrático”, todo está salvado. Lenin repite infatigablemente esta idea desde 1905. Pero, a pesar de todo, no es acertada.

Ya que las condiciones sociales en Rusia no permiten aún una revolución socialista, el poder político será para el proletariado la mayor de las cargas y la mayor de las desgracias. Así hablan los mencheviques. Eso sería cierto, replica Lenin, si el proletariado no comprendiese que se trata solamente de una revolución “democrática”. En otros términos, tomando en cuenta la contradicción que existe entre los intereses de clase del proletariado y las condiciones objetivas, Lenin no ve otra salida que una limitación voluntaria del papel político asumido por el proletariado; y esta limitación se justifica por medio de la teoría de que la revolución, en la cual la clase obrera tiene un papel dirigente, es una revolución burguesa. Lenin impone esta dificultad objetiva a la conciencia del proletariado y resuelve la cuestión con un ascetismo de clase que tiene su origen no en una fe mística sino en un esquema “científico”. Es suficiente estudiar esta concepción teórica para comprender de qué idealismo procede y hasta qué punto es poco sólida.

Ya he mostrado anteriormente que, desde el momento en que se establezca la “dictadura democrática”, todos estos sueños de ascetismo casi marxista quedarán reducidos a nada. Cualquiera que sea la teoría admitida en el momento en que el proletariado tome el poder, no podrá evitar, ni siquiera el primer día, el problema del paro. No le servirá entonces de nada comprender la diferencia que se ha establecido entre la dictadura socialista y la dictadura democrática. El proletariado en el Poder tendrá que asegurar inmediatamente el trabajo a los parados, por cuenta del Estado, por los medios que sea (organización de obras públicas, etc.). Estas medidas llevarán consigo una gran lucha económica y una larga serie de huelgas: ya hemos visto todo esto, en escala reducida, a fines de 1905.

Los capitalistas responderán entonces como respondieron cuando se exigía la jornada de ocho horas, con el lock-out. Pondrán gruesas cadenas en sus puertas y se dirán: “Nuestra propiedad no está amenazada puesto que se ha decidido que el proletariado se ocupe ahora de una revolución democrática y no socialista.” Y ¿qué hará el gobierno obrero cuando vea que se cierran las fábricas? Tendrá que volverlas a abrir y reemprender la producción por cuenta del Estado. Pero, entonces, éste es el camino del socialismo. ¡Por supuesto! ¿Qué otra vía podría proponerse?

Quizá se nos replique: Lo que nos hacéis ver es una dictadura ilimitada de los obreros, y hablamos de una dictadura de coalición del proletariado y de los campesinos. Bien, vamos a estudiar esta objeción. Acabamos de ver que el proletariado, a pesar de las buenas intenciones de los teóricos, borra en la práctica el límite lógico que iba a restringir su dictadura democrática. Se nos propone ahora completar esta restricción política con una “garantía” antisocialista, imponiendo al proletariado un colaborador: el mujik. Si se quiere decir con eso que el partido campesino que se encuentre en el poder al lado de la socialdemocracia, no permitirá dar trabajo a los parados y a los huelguistas a cuenta del Estado, ni volver a abrir, para la producción nacional, las fábricas cerradas por los capitalistas, eso significa que, desde el primer día, es decir, mucho antes de que la tarea de la “coalición” se haya visto cumplida, tendremos un conflicto entre el proletariado y el gobierno revolucionario. Este conflicto puede terminarse por una represión antiobrera por parte del partido campesino, o por la eliminación de este partido del gobierno. Una y otra se parecen muy poco a una dictadura “de coalición democrática”. Todo el problema radica en que los bolcheviques no conciben la lucha de clases del proletariado más que hasta el momento de la victoria de la revolución, tras lo cual la lucha queda suspendida provisionalmente y se ve aparecer una colaboración “democrática”. Sólo después del establecimiento definitivo del régimen republicano el proletariado emprende de nuevo su lucha de clase, que le llevará esta vez al socialismo. Por una parte, los mencheviques, partiendo de una concepción abstracta (“Nuestra revolución es burguesa”), llegan a la idea de adaptar toda la táctica del proletariado a la conducta de la burguesía liberal hasta la toma del poder por ésta; por otra, los bolcheviques, partiendo de una concepción no menos abstracta (“Dictadura democrática pero no socialista”), concluyen que el proletariado en el poder debe autolimitarse y quedarse en un régimen de democracia burguesa. Es cierto que entre mencheviques y bolcheviques hay una diferencia esencial: mientras los aspectos antirrevolucionarios de la doctrina menchevique se manifiestan ya con toda claridad, lo que pueda haber de antirrevolucionario en las ideas bolcheviques no nos amenazaría más que en el caso de una victoria revolucionaria [4].

La victoria de la revolución no podrá dar el poder más que al partido que se apoye en el pueblo armado de las ciudades, es decir, en una milicia proletaria. Cuando se encuentre en el poder, la socialdemocracia tendrá que contar con una gran dificultad que sería imposible superar si sólo se cuenta con esta ingenua fórmula: “Una dictadura exclusivamente democrática.” Una “limitación voluntaria” del gobierno obrero no tendría otro efecto que el de traicionar los intereses de los sin trabajo, los huelguistas y todo el proletariado en general, para realizar la república. El poder revolucionario tendrá que resolver problemas socialistas absolutamente objetivos y, en esta tarea, chocará en un determinado momento con una gran dificultad: el atraso de las condiciones económicas del país. En los límites de una revolución nacional, esta situación no tendría salida. La tarea del gobierno obrero será, por lo tanto, desde el principio, unir sus fuerzas con las del proletariado socialista de Europa occidental. Sólo de esta manera su dominación revolucionaria temporal se transformará en el prólogo de la dictadura socialista. La revolución permanente será imprescindible para el proletariado de Rusia, en interés y para la salvaguardia de esta clase. Si al partido obrero le faltase iniciativa para llevar a cabo una ofensiva revolucionaria, si creyese que debía limitarse a una dictadura simplemente nacional y democrática, las fuerzas unidas de la reacción europea no tardarían en hacerle comprender que la clase obrera, si detenta el poder, debe poner todo el peso en la balanza, en el platillo de la revolución socialista.

Euskal Herria, concentración en repulsa por lo acontencido en Oaxaca

Por Indymedia México

Este ha sido el comunicado leido en la misma:


EMBOSCADA PARAMILITAR CONTRA LA CARAVANA DE OBSERVACIÓN Y SOLIDARIDAD EN SAN JUAN COPALA (OAXACA, MÉXICO)

Esta semana una caravana humanitaria integrada por observadores internacionales, defensoras de los derechos humanos, periodistas, maestros y activistas de diversas organizaciones oaxaqueñas, que se dirigía al municipio autónomo de San Juan Copala, fue emboscada por paramilitares ligados al PRI resultando dos compañeras muertas, Bety Cariño y Jari Jaakkola, así como varias personas heridas y desaparecidas.

Este municipio sufre un cerco paramilitar desde el pasado enero que impide la realización de clases y la llegada de mercancías, además de haber cortado el suministro de agua con el objetivo de impedir el libre autogobierno del municipio autónomo declarado en la zona.

Como respuesta a esta situación, la sección 22 del sindicato de trabajadores de la educación de Oaxaca, las organizaciones CACTUS, VOCAL y otras integrantes de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca, así como observadoras internacionales de derechos humanos y periodistas y miembros de la Red de Radios Indígenas Comunitarias, anunciaron públicamente la realización de esta caravana de observación y solidaridad. Este anuncio provocó la reacción violenta del líder de la organización UBISORT (paramilitares ligados al PRI) con la amenaza de impedir a toda costa el acceso de la caravana.

Lejos de proteger a la sociedad civil, el gobierno de México y del Estado de Oaxaca han favorecido un clima de violencia en la zona triqui, provocando en estos años un sinfín de asesinatos, nunca investigados ni sancionados, que ha permitido la acción de los grupos paramilitares con total impunidad. Este hecho tan grave es una muestra más de que esta violencia dirigida contra las organizaciones opositoras se hace con la connivencia del poder estatal monopolizado por el PRI. Todo esto conforma un panorama muy grave en el que, lejos de afrontar las causas de los conflictos sociales, éstos son tratados como meros asuntos de orden público criminalizando a los opositores con la aplicación de medidas represivas desmedidas y ejemplarizantes para el resto de la sociedad.

Aún con el dolor por la muerte de nuestra compañera Bety Cariño, de Jari Jaakkola y de la angustiante desaparición del resto de integrantes de la caravana, aquí seguimos en pie, con dignidad y rebeldía, gritando bien alto que ni esta agresión ni ninguna otra ocurridas en distintos lugares de Oaxaca, Chiapas o Atenco van a pararnos en nuestra lucha.

¡Castigo a los culpables!

¡Presentación con vida de las desaparecidas!

¡Gobierno mexicano asesino!





El pacifismo como servidor del imperialismo

Por León Trotsky

Escrito: ca. 1917
Fuente: Leon Trotsky Internet Archive; tomado de Communist International, English Edition, No 5 New Series, donde aparecio sin fecha y con el título: "Pacifism As the Servant of Imperialism"
Traducción del inglés y digitalización: Federico Poore
Esta Edición: Marxists Internet Archive, 2003

Jamás hubo tantos pacifistas en el mundo como ahora, cuando en todos los países los hombres se matan entre ellos. Cada época histórica tiene no sólo su propia técnica y su propia forma política, sino también una hipocresía propia de sí misma. Alguna vez las personas se destruyeron entre ellas en nombre de la enseñanza Cristiana de amar a la humanidad. Ahora sólo gobiernos atrasados apelan a Cristo. Naciones progresivas se cortan las gargantas unas a otras en nombre del pacifismo. Wilson arrastra a los Estados Unidos a la guerra en nombre de la Liga de las Naciones, y la paz perpetua. Kerensky y Tseretelli llaman a la ofensiva en aras de una paz temprana.

A nuestra época le falta la sátira indignada de un Juvenal. De cualquier manera, hasta las más potencialmente satíricas armas están en peligro de ser mostradas impotentes e ilusas en comparación con la infamia triunfante y la estupidez servil; dos elementos desinhibidos por la guerra.

El pacifismo pertenece al mismo linaje histórico que la democracia. Los burgueses hicieron un gran intento histórico de ordenar todas las relaciones humanas de acuerdo con la razón, para suplantar las tradiciones ciegas y tontas por las instituciones del pensamiento crítico. Los gremios con su restricción de la producción, las instituciones políticas con sus privilegios, absolutismo monárquico - todos ellos fueron reliquias de la Edad Media. La democracia burguesa demandó igualdad legal para la libre competencia, y el parlamentarismo como la manera de gobernar los asuntos públicos. Buscó también regular las relaciones internacionales de la misma manera. Pero aquí se volvió en contra de la guerra, es decir en contra de un método de resolver todos los problemas, lo cual es una negación total de "la razón". Entonces empezó a aconsejar a la gente en poesía, en filosofía, en ética, y en los negocios, que es mucho más útil para ellos el introducir la paz perpetua. Estos son los argumentos lógicos para el pacifismo.

El fracaso heredado del pacifismo, sin embargo, fue el demonio fundamental que caracteriza a la democracia burguesa. Su crítica sólo toca la superficie del fenómeno social, no tiene el coraje para profundizarse en los hechos económicos subyacentes. El realismo capitalista, no obstante, maneja la idea de la paz perpetua basada en la armonía de la razón, quizás más despiadadamente que la idea de libertad, igualdad y fraternidad.

El capitalismo, que desarrolló una técnica sobre una base racional, falló en regular racionalmente las condiciones. Preparó armas para la exterminación mutua que no se le hubiesen ocurrido ni en sueños a los "bárbaros" de los tiempos medievales.

La rápida intensificación de las condiciones internacionales y el crecimiento incesante del militarismo, destrozaron el piso debajo de los pies del pacifismo. Pero, al mismo tiempo, estas mismas fuerzas le daban una nueva vida al pacifismo delante de nuestros propios ojos, tan distinta como la anterior como un atardecer sangrientamente rojizo lo es de un amanecer rosado.

Los diez años que precedieron a la guerra fueron el período de lo que se dio en llamar "la paz armada". Todo este tiempo no fue sino una guerra ininterrumpida, empeñada en tierras coloniales.

Esta guerra fue peleada en los territorios de gente débil y atrasada; llevó a la participación de África, Polinesia y Asia, y pavimentó el camino de la presente guerra. Pero, al no haber habido una guerra europea desde 1871 (aunque hubo un número sustancial de conflictos pequeños pero agudos), la opinión pública entre los pequeños burgueses fue sistemáticamente incentivada para considerar una armada incesantemente creciente como una garantía de paz, la cual gradualmente daría sus frutos en una nueva organización de ley internacional popular. En cuanto a los gobiernos capitalistas y las grandes empresas, no vieron naturalmente nada que objetarle a esta interpretación "pacifista" del militarismo. Mientras tanto los conflictos mundiales se preparaban y la catástrofe mundial estaba a un paso.

Teórica y políticamente, el pacifismo tiene la misma base que la doctrina de armonía social entre diferentes intereses de clase.

La oposición entre estados nacionales capitalistas tiene la misma base económica que la lucha de clases. Si estamos listos para asumir la posibilidad de una contracción gradual de la lucha de clases, entonces debemos asumir la contracción gradual y la regulación de los conflictos nacionalistas.

Los guardianes de la ideología democrática, con todas sus ilusiones y tradiciones, fueron los pequeños burgueses. Durante la segunda mitad del siglo XIX, se había transformado completamente hacia adentro, pero no había desparecido aún de la escena. En el mismo momento que el desarrollo de la técnica capitalista estaba permanentemente socavando el rol económico que la pequeña burguesía, la franquicia universal y el servicio militar obligatorio le estaban dando, gracias a su fuerza numérica, la apariencia de un factor político. Donde los pequeños capitalistas no habían sido extinguidos por las grandes compañías, habían sido subyugados completamente por le sistema de créditos. Sólo le restaba a los representantes de las grandes empresas el subyugar a los pequeños burgueses también en la arena política, tomando todas las teorías y prejuicios y otorgarles a ellos un valor ficticio. Esta es la explicación del fenómeno que habríamos de observar en los últimos diez años previos a la guerra, cuando el imperialismo reaccionario crecía a un nivel terrible, y mientras que al mismo tiempo el florecimiento ilusorio de la democracia burguesa, con todo su reformismo y pacifismo, tomaba lugar. Las grandes empresas subyugaron a los pequeños burgueses a sus fines imperialistas por medio de sus propios prejuicios.

Francia fue el ejemplo clásico de este doble proceso. Francia es un país de capital financiero, sostenido en la base de una pequeña burguesía numerosa y generalmente conservadora. Gracias a préstamos extranjeros a las colonias, y a la alianza con Rusia e Inglaterra, el estrato superior de la población fue arrastrado hacia todos los intereses y todos los conflictos del capitalismo mundial. Mientras tanto, el pequeño burgués francés se mantuvo provinciano hasta la médula. Él tiene un miedo instintivo a la geografía, y toda su vida le ha tenido un gran terror a la guerra, principalmente porque tiene un sólo hijo a quien le dejará su negocio y moblaje.

El pequeño burgués manda a un burgués radical a representarlo en el parlamento, ya que este caballero le promete que preservará la paz por él por medio de la Liga de las Naciones por un lado y de los cosacos rusos -quienes le cortarán la cabeza al Kaiser por él- por el otro. El diputado radical llega a París, directamente de su círculo de abogados provincianos, no solamente lleno del deseo de paz, pero también únicamente con una noción mínima de dónde se encuentra el Golfo Pérsico, y sin ninguna idea clara de por qué o para quién el Ferrocarril de Bagdad es necesario. Estos diputados "pacifistas radicales" eligen a un Ministro Radical, que inmediatamente se encuentra tapado hasta el cuello en los engranajes de todas las obligaciones diplomáticas y militares previas llevadas a cabo por todos los variados intereses financieros de la Bolsa Francesa en Rusia, África y Asia. El ministerio y el parlamento nunca cesaron de entonar su fraseología pacifista, pero al mismo tiempo ejecutaban una política exterior que finalmente llevó a Francia a la guerra.

El pacifismo inglés y el norteamericano, a pesar de toda la variedad de condiciones sociales y de ideología (a pesar, además, de la ausencia de cualquier ideología como en Estados Unidos) llevaron a cabo esencialmente el mismo trabajo: otorgaron una salida para el miedo de los ciudadanos pequeñoburgueses a eventos que sacudan el mundo, los cuales después de todo sólo pueden privarlos de los restos de su independencia; se calman al dormir su vigilia gracias a nociones inútiles de desarmamiento, ley internacional, y tribunales de mediación. Luego, en un momento dado, le entregan cuerpo y alma al imperialismo capitalista, el cual ya ha movilizado todos los medios necesarios para su fin, es decir, conocimiento técnico, arte, religión, pacifismo burgués y "socialismo patriótico".

"Estábamos en contra de la guerra, nuestros diputados, nuestros ministros, estábamos todos en contra de la guerra" claman los pequeñoburgueses franceses: "Por ende, resulta que la guerra fue forzada contra nuestra voluntad, y para cumplir nuestros ideales pacifistas debemos seguir la guerra hasta un final victorioso". Y el representante del pacifismo francés, el Barón d'Estournel de Constant, consagra su filosofía pacifista con un solemne "jusqu'au bout!" - "¡guerra hasta el final!"

Lo que más requería la Bolsa de Valores inglesa para la conducción exitosa de la guerra, eran pacifistas como el liberal Asquito, y el demagogo radical Lloyd George. "Si estos hombres están ejecutando la guerra", dijo el pueblo inglés, "entonces tenemos a la razón de nuestro lado."

Y así fue como el pacifismo tuvo su parte asignada en el mecanismo de la guerra, así como lo tuvo el gas venenoso y la pila incesantemente creciente de préstamos de guerra.

En los Estados Unidos el pacifismo de la pequeña burguesía se mostró a su misma en su rol verdadero, como servidor del imperialismo, de una manera aún menos disfrazada. Allí, como en todos lados, fueron los bancos y los trusts los que realmente manejaron la política. Aún antes de la guerra, y debido al desarrollo extraordinario de la industria y de las exportaciones, los Estados Unidos se fueron moviendo sostenidamente en dirección a los intereses mundiales y los del imperialismo.

Pero la guerra europea condujo a este desarrollo imperialista a un ritmo afiebrado. En el mismo momento en el que muchos devotos (hasta Kautsky) esperaban que los horrores de la carnicería en Europa llenaran a los burgueses americanos de horror del militarismo, la verdadera influencia de los eventos en Europa procedía a líneas no psicológicas, sino materialistas, y llevaba a resultados completamente opuestos. Las exportaciones de los Estados Unidos, que en 1913 habían totalizado 2.466 millones de dólares, se incrementaron en 1916 a la increíble altura de 5.481 billones de dólares. Naturalmente la mayor parte de este comercio exterior fue repartido a la industria de municiones. Luego llegó la repentina amenaza de una cesación de las exportaciones a los países de la Entente, cuando la irrestricta guerra submarina comenzó. En 1915 la Entente había importado bienes norteamericanos por hasta treinta y cinco billones, mientras que Alemania y Austria-Hungría habían importado meramente unos quince millones. Por ende, no sólo se observó una disminución de las enormes ganancias, sino que toda la industria norteamericana, la cual tenía su base en la industria bélica, ahora estaba amenazada por una crisis severa. Son estas cifras las que tenemos que mirar para obtener la clave de la división de las "simpatías" en Norteamérica. Y fue así que los capitalistas apelaron al Estado: "Fue usted el que comenzó este desarrollo de la industria bélica bajo la bandera del pacifismo, ahora está en usted encontrarnos un nuevo mercado". Si el Estado no estaba en posición de prometer la "libertad de mares" (en otras palabras, libertad para exprimirle capital a la sangre humana) entonces debía abrir un nuevo mercado para las industrias bélicas amenazadas -en la propia Norteamérica. Y así, los requerimientos de la masacre Europea produjeron una repentina y catastrófica militarización de los Estados Unidos.

Este negocio iba a levantar seguramente la oposición de las grandes masas del pueblo. Conquistar este descontento indefinido y transformarlo en cooperación patriótica era la tarea más importante de las políticas domésticas de los Estados Unidos. Y fue por una extraña ironía del destino que el pacifismo oficial de Wilson, así como el "pacifismo de oposición" de Bryan, brindó las armas más poderosas para llevar a cabo esta tarea, es decir, la domesticación de las masas a través de métodos belicistas.

Bryan se apuró a dar una fuerte expresividad al disgusto natural de los granjeros, y de todos los pequeños burgueses hacia el imperialismo, el militarismo y la suba de impuestos. Pero al mismo momento en el que mandaba cargamentos de peticiones y delegaciones a sus colegas pacifistas, quienes ocupaban los lugares más altos en el gobierno, Bryan también utilizaba cada esfuerzo para romper con el liderazgo revolucionario de su movimiento.

"Si se llega a la guerra", así Bryan telegrafió a un encuentro anti-guerra que tuvo lugar en Chicago en febrero, "entonces, por supuesto, apoyaremos al gobierno, pero hasta ese momento es nuestro deber más sagrado el hacer todo lo que esté en nuestro poder para salvar a la gente de los horrores de la guerra." En estas pocas palabras tenemos todo el programa del pacifismo pequeñoburgués. "Todo lo que esté en nuestro poder para evitar la guerra", significa proveer una salida para la oposición de las masas en la forma de manifiestos inofensivos, en los cuales el gobierno garantiza que si la guerra llega, la oposición pacifista no pondrá ningún obstáculo en su camino.

Eso mismo, de hecho, fue todo lo que requería el pacifismo oficial personificado por Wilson, quien ya le había dado montones de pruebas a los capitalistas que estaban haciendo la guerra, de su "prontitud para pelear". Y aún el mismo Mr. Bryan encontró suficiente el haber hecho su declaración, después de la cual se alegró de poner a un lado su ruidosa oposición a la guerra; simplemente por una razón - la de declararla.

Como Mr. Wilson, Mr. Bryan se movió rápido al otro lado del gobierno. Y no sólo los pequeñoburgueses, sino también las grandes masas, se dijeron a sí mismas: "Si nuestro gobierno, liderado por un pacifista con tanta reputación mundial como Wilson, puede declarar la guerra, y el mismo Bryan puede apoyar al gobierno en el tema de la guerra, entonces seguramente esta debe ser una guerra justa y necesaria". Esto explica por qué el piadoso estilo de pacifismo a lo Quake, entregado por los demagogos que lideraban el gobierno, fue tan altamente valuado por la Bolsa de Valores y los líderes de la industria bélica.

Nuestro propio pacifismo menchevique, social-revolucionario, a pesar de la diferencia en condiciones externas, jugó a su manera el mismo rol. La resolución sobre la guerra, la cual fue adoptada por la mayoría del Congreso de los Soviet, está formada no sólo en los prejuicios comunes acerca de la guerra, sino también en las características de una guerra imperialista. El congreso declaró que la "primer y más importante tarea de la democracia revolucionaria" era la pronta finalización de la guerra. Pero todas estas suposiciones sólo tenían un único fin: siempre que los esfuerzos internacionales de la democracia fracasen en terminar la guerra, la democracia revolucionaria rusa debe demandarle al Ejército Rojo con todas sus fuerzas que se preparen para pelear -a la defensiva o a la ofensiva.

Esta revisión de los antiguos tratados internacionales hacen que el Congreso Ruso dependa de entendimientos voluntarios con la diplomacia de la Entente, y no está en la naturaleza de estos diplomáticos el liquidar el carácter imperialista de la guerra, aún si pudieran. Los "esfuerzos internacionales de la democracia" dejan al congreso y sus líderes dependiendo de la voluntad de los patriotas social-demócratas, quienes están atados a sus gobiernos imperialistas. Y esta misma mayoría del congreso, habiéndose llevado a sí misma a un callejón sin salida primero que todo con este negocio de la "manera más rápida de terminar la guerra", ahora aterrizó en su lugar, donde las políticas prácticas son las que incumben, en una conclusión definitiva: la ofensiva. Un "pacifismo" que consolida a los pequeñoburgueses y nos lleva al apoyo de la ofensiva será natural y cálidamente bienvenido, no sólo por los rusos sino también por el imperialismo de la Entente.

Miliukov, por ejemplo, dice: "En el nombre de nuestra lealtad a los aliados y a nuestros antiguos tratados (imperialistas), la ofensiva debe ser inevitablemente llevada a cabo".

Kerensky y Tseretelli dicen: "A pesar de que nuestros viejos acuerdos aún no han sido revisados, la ofensiva es inevitable".

Los argumentos varían, pero la política es la misma. Y no podría ser de otra manera, ya que Kerensky y Tseretelli están intrínsecamente asociados en el gobierno con el partido de Miliukov.

El pacifismo patriótico, social-democrático de Dan, así como el pacifismo quakeriano de Bryan están, a la hora de los hechos, igualmente al servicio de los imperialistas.

Es por este motivo que la tarea más importante de la diplomacia rusa no consiste en persuadir a la diplomacia de la Entente de que revise o actualice esto o lo otro, o de abolir algo más, sino en convencerlos de que la Revolución rusa es absolutamente confiable, y puede ser confiable con toda seguridad.

El embajador ruso, Bachmatiev, en su discurso al Congreso de los Estados Unidos el 10 de junio, también caracterizó la actividad del gobierno provisional desde este punto de vista:

"Todos estos eventos", dijo, "nos muestran que el poder y la importancia del Gobierno Provisional crecen cada día, y mientras más crece más capaz será el gobierno de lanzar todos los elementos desintegrantes, vengan de la reacción o de la extrema izquierda. El Gobierno Provisional acaba de decir que tomará todos los instrumentos necesarios para tal fin, así tenga que recurrir a la fuerza, aunque no cesa de esforzarse por conseguir una solución pacífica a estos problemas."

Uno no necesita dudar por un solo momento que el "honor nacional" de nuestros patriotas social-demócratas se mantuvieron imperturbables mientras que el embajador de la "democracia revolucionaria" ansiosamente le probaba a la plutocracia norteamericana que el gobierno ruso estaba listo para derramar la sangre del proletariado ruso en el nombre de la ley y el orden -siendo el elemento más importante de la ley y el orden su apoyo leal al capitalismo de la Entente.

Y en el mismo momento en el que Herr Bachmatief estaba parado sombrero en mano, humildemente dirigiéndose a las hienas de la Bolsa de Valores norteamericana, los señores Tseretelli y Kerensky estaban arreglando la "democracia revolucionaria" provocándose, asegurándose que era imposible combatir la "anarquía de la izquierda" sin usar la fuerza, y amenazaban con desarmar a los trabajadores de Petrogrado y el regimiento que los apoyaba. Ahora vemos que estas amenazas fueron enviadas al debido momento: eran la mejor garantía posible para el préstamo estadounidense a Rusia.

"Ahora ven", Herr Bachmatiev le podría haber dicho a Mr. Wilson, "nuestro pacifismo revolucionario no difiere en nada del pacifismo de su Bolsa de Valores. Y si ellos pueden creerle a Mr. Bryan, por qué no habrían de creer a Herr Tseretelli?"

El derecho de las naciones a la autodeterminación



Por León Trotsky


Escrito: Mayo de 1917
Digitalización: Germinal
Fuente: Archivo francés del MIA
Esta Edición: Marxists Internet Archive, 2001


Hemos comprobado que en las cuestiones concretas que atañen a la formación de nuevos Estados nacionales, la socialdemocracia no puede dar ningún paso sin contar con el principio de la autodeterminación nacional, que, en última instancia no es sino el reconocimiento del derecho que asiste a cada grupo nacional a decidir sobre la suerte de su Estado, y por lo tanto a separarse de otro Estado dado (como, por ejemplo, de Rusia o Austria). El único medio democrático para conocer la "voluntad" de una nación es el referéndum. Esta solución democrática obligatoria seguirá siendo empero, tal como se define, puramente formal. En realidad no nos aclara nada sobre las posibilidades reales, las formas y los medios de la autodeterminación nacional en las condiciones modernas de la economía capitalista. Y sin embargo en esto mismo reside el centro del problema.

Para muchas naciones, si no es para la mayoría de las naciones oprimidas, grupos y sectores nacionales, el sentido de la autodeterminación es la supresión de los límites existentes y el desmembramiento de los Estados actuales. En particular, este principio democrático conduce a la emancipación de las colonias. Sin embargo, toda la política del imperialismo, indiferente ante el principio nacional, tiene como objetivo la extensión de los límites del Estado, la incorporación forzada de los Estados débiles en sus límites aduaneros y la conquista de nuevas colonias. Por su misma naturaleza, el imperialismo es expansivo y agresivo, y esta es su cualidad característica y no las maniobras diplomáticas.

De aquí se deriva el conflicto permanente entre el principio de autodeterminación nacional que, en muchos casos, conduce a la descentralización económica y estatal (desmembramiento, separación) y las poderosas tendencias centralizadoras del imperialismo que tiene a su disposición el aparato de Estado y la potencia militar. Es cierto que un movimiento nacional separatista a menudo encuentra el apoyo de las intrigas imperialistas de un estado vecino. Sin embargo este apoyo no puede ser decisivo más que por el ejercicio de la fuerza militar. Y cuando las cosas llegan al extremo de un conflicto armado entre dos países imperialistas, los nuevos límites del Estado ya no se decidirán sobre la base del principio nacional sino sobre el de la relación de fuerzas militares. Y forzar a un Estado que ha vencido a declinar la anexión de los nuevos territorios conquistados es tan difícil como obligarlo a conceder la libre autodeterminación de las provincias conquistadas con anterioridad. Finalmente, incluso si por un milagro Europa fuera dividida en Estados nacionales fijos y pequeños por la fuerza de las armas, la cuestión nacional no estaría resuelta de ningún modo y, al día siguiente de esa "justa" redistribución nacional, volvería a comenzar la expansión capitalista. Comenzarían nuevos conflictos que provocarían nuevas guerras y conquistas, violando totalmente el principio nacional en todos los casos en que no puede defenderse con suficientes bayonetas. Daría la impresión de una partida de jugadores empedernidos que se ven obligados a repartirse la banca "justamente" en medio del juego a fin de volver a empezar la misma partida con renovado frenesí.

De la potencia de las tendencias centralizadoras del imperialismo de ninguna manera se deriva el que estemos obligados a someternos pasivamente a ellas. Una comunidad nacional es el corazón de la cultura, igual que la lengua nacional es su expresión viva, y este hecho mantendrá su significación a través de períodos históricos indefinidamente largos. La socialdemocracia desea y está obligada a salvaguardar la libertad de desarrollo (o disolución) de la comunidad nacional en interés de la cultura, material o espiritual. Y por eso ha asumido como una obligación política el principio democrático de la autodeterminación nacional de la burguesía revolucionaria.

El derecho a la autodeterminación nacional no puede ser excluido del programa proletario de paz: pero tampoco puede pretender atribuirse una importancia absoluta. Al contrario, para nosotros está limitado por las tendencias convergentes profundamente progresivas del desarrollo histórico. Si bien es cierto que este derecho debe oponerse -mediante la presión revolucionaria- al método imperialista de centralización que esclaviza a los pueblos débiles y atrasados y quiebra el núcleo de la cultura nacional, también lo es que el proletariado no debe permitir que el "principio nacional" se convierta en un obstáculo a la tendencia irresistible y profundamente progresiva de la vida económica moderna en dirección a una organización planificada en nuestro continente, y, más adelante, en todo el planeta. El imperialismo es la expresión que el bandidaje capitalista confiere a la tendencia de la economía moderna para acabar completamente con el idiotismo de la estrechez nacional, como sucedió en el pasado con los límites provinciales y locales. Luchando contra las formas imperialistas de centralización económica, el socialismo en absoluto toma partido contra esta tendencia particular sino que, por el contrario, hace de ella su propio principio rector.

Desde el punto de vista del desarrollo histórico y desde el punto de vista de las tareas de la socialdemocracia, la tendencia de la economía moderna es fundamental y es preciso garantizarle la posibilidad de ejercer su misión histórica verdaderamente liberadora: construir la economía mundial unificada, independiente de los límites nacionales, sus barreras estatales y aduaneras, sometida únicamente a las particularidades del territorio y los recursos naturales, al clima y a las necesidades de la división del trabajo. Polonia, Alsacia, Dalmacia, Bélgica, Serbia y otras pequeñas naciones europeas que aún no han sido anexadas podrán recuperarse o proclamarse por primera vez en la configuración nacional hacia la que gravitan y, sobre todo, podrán adquirir un status permanente y desarrollar libremente su existencia cultural solo en la medida en que, como grupos nacionales, dejen de ser unidades económicas, dejen de estar trabadas por los límites estatales y no se encuentren separadas u opuestas económicamente unas a otras. En otras palabras, para que los polacos, los rumanos, los serbios, etc., puedan formar unidades nacionales libremente, es preciso que sean destruidos los límites estatales que actualmente los dividen, que el marco del Estado se amplíe en una unidad económica, pero no como organización nacional, que englobe a toda la Europa capitalista, hasta ahora dividida por tasas y fronteras y desgarrada por la guerra. La unificación estatal de Europa es claramente la condición previa para la autodeterminación de las pequeñas y grandes naciones de Europa. Una existencia cultural nacional despojada de antagonismos económicos nacionales y basada sobre una autodeterminación real sólo es posible bajo el amparo de una Europa unida democráticamente, libre de barreras estatales o aduaneras.

Esta dependencia directa e inmediata de la autodeterminación nacional de los pueblos débiles del régimen colectivo europeo, excluye la posibilidad de que el proletariado plantee cuestiones como la independencia de Polonia o la unificación de todos los serbios al margen de la revolución europea. Pero, por otra parte, esto significa que el derecho a la autodeterminación, como elemento del programa de paz proletario, no tiene un carácter "utópico" sino revolucionario. Esta consideración se dirige en dos sentidos: contra los David y Lindberg alemanes, quienes, desde lo alto de su "realismo" imperialista, denigran el principio de la independencia nacional como romanticismo reaccionario; y contra los simplificadores de nuestro campo revolucionario cuando afirman que no es realizable más que en el socialismo y con ello evitan una respuesta principista a las cuestiones que plantea la guerra.

Entre nuestras condiciones sociales actuales y el socialismo aún queda un largo período de revolución social: es decir, la época de la lucha proletaria abierta por el poder, la conquista y ejercicio de este poder para la total democratización de las relaciones sociales y la transformación sistemática de la sociedad capitalista en sociedad socialista. No será un período de pacificación y calma, al contrario, será una época de intensa lucha de clases, de levantamientos populares, de guerras, de experiencias de extensión del régimen proletario y de reformas socialistas. Esta época exigirá al proletariado una respuesta práctica, es decir, inmediatamente aplicable, a la cuestión de la existencia permanente de las nacionalidades y sus relaciones recíprocas con el Estado y la economía.

Hemos intentado aclarar más arriba que la unión económica y política de Europa es la condición previa indispensable de toda posibilidad de autodeterminación. Igual que la consigna de "independencia nacional" de los serbios, búlgaros, griegos, etc.,se queda en una abstracción vacía si no va acompañada de la consigna suplementaria de "Federación de repúblicas balcánicas"-que juega este papel en la política de la socialdemocracia de los Balcanes-, a escala europea, el principio del "derecho" de los pueblos a disponer de ellos mismos no podrá hacerse efectivo más que en una "Federación de Repúblicas europeas". Y del mismo modo que en la península balcánica la consigna de federación democrática se ha convertido en un eslogan esencialmente proletario, con más razón lo es a nivel europeo, donde los antagonismos capitalistas son incomparablemente más profundos.

Para los políticos burgueses la supresión de las barreras aduaneras entre los diferentes países de Europa es una dificultad insuperable; pero sin esta supresión los tribunales de arbitraje entre los estados y las normas legales internacionales no durarían más que la neutralidad de Bélgica, por ejemplo. La tendencia hacia la unificación del mercado europeo, que, como la lucha por apoderarse de los países atrasados no europeos, está motivada por el desarrollo del capitalismo, se enfrenta a una tenaz oposición de los terratenientes y capitalistas, que tienen en las tarifas aduaneras, junto al aparato militar, un medio indispensable de explotación y enriquecimiento.

La burguesía industrial y financiera húngara se opone a la unificación económica con Austria, pues ésta ha alcanzado un grado de desarrollo capitalista más elevado que aquélla. De igual forma, la burguesía de Austria-Hungría rechaza la idea de unión aduanera con Alemania, mucho más poderosa.

Por otra parte, los propietarios agrícolas alemanes no consentirán jamás voluntariamente que se supriman las tasas sobre el grano. Es más, los intereses económicos de las clases poseedoras de los imperios centrales no pueden reconducirse fácilmente para coincidir con los de los capitalistas y terratenientes franceses, ingleses y rusos. La actual guerra lo demuestra muy elocuentemente. Últimamente, la falta de harmonía y el carácter inconciliable de los intereses capitalistas entre los mismos aliados son aún más flagrantes que entre los Estados de la Europa central. En estas condiciones, una unión económica de Europa incompleta y diseñada de arriba abajo, concluida mediante tratados entre gobiernos capitalistas es, simplemente, una utopía. Las cosas no irían mucho más allá de algunos compromisos parciales y medidas incompletas. Por lo tanto, la unión económica de Europa, que presenta enormes ventajas para productores y consumidores y, en general, para el desarrollo cultural, es la tarea revolucionaria del proletariado europeo en su lucha contra el proteccionismo imperialista y su instrumento, el militarismo.

Los Estados Unidos de Europa, sin monarquía, sin ejércitos permanentes y sin diplomacia secreta, constituyen la parte más importante del programa proletario de paz.

Los ideólogos y políticos del imperialismo alemán recogieron frecuentemente en su programa, sobre todo al principio de la guerra, los Estados Unidos europeos o, por lo menos, centroeuropeos (sin Francia, Inglaterra ni Rusia). El programa para una unificación violenta de Europa es una tendencia tan característica del imperialismo alemán como el desmembramiento forzoso de Alemania lo es del imperialismo francés.

Si los ejércitos alemanes lograran la victoria decisiva en la guerra con la que se cuenta en Alemania, no cabe ninguna duda que el imperialismo alemán realizaría una gigantesca tentativa para imponer una unión aduanera obligatoria a los Estados europeos que implicaría cláusulas preferenciales, compromisos, etc..., reduciendo a su mínima expresión el sentido progresivo de la unificación del mercado europeo. No hace falta añadir que, en tales condiciones, no podría plantearse la autonomía de las naciones así reunidas por la fuerza en una caricatura de Estados Unidos de Europa. Imaginemos por un momento que el militarismo alemán logra realizar esta semi-unión europea por la fuerza, igual que hizo el militarismo prusiano en el pasado cuando logró imponer la unidad de Alemania. ¿Cuál debería ser entonces la consigna central del proletariado europeo? ¿La disolución de la forzada unión europea y el retorno de todos los pueblos al amparo de los Estados nacionales aislados? ¿O el restablecimiento de las tarifas aduaneras, los sistemas monetarios "nacionales", la legislación social "nacional" y todo lo demás? Nada de esto. El programa del movimiento revolucionario europeo sería entonces la destrucción de la forma obligatoria y antidemocrática de la coalición, pero conservando y ampliando sus cimientos con la supresión completa de los aranceles, la unificación de la legislación y, sobre todo, de la legislación laboral, etc... En otras palabras, la consigna de Estados Unidos de Europa "sin monarquía ni ejércitos permanentes" se convertiría en tal caso en la principal consigna unificadora de la revolución europea.

Examinemos ahora la segunda posibilidad, la de una salida "dudosa" del conflicto actual. Al principio de la guerra Liszt, el conocido profesor, ferviente partidario de los "Estados Unidos de Europa", demostró que, incluso en el caso de que los alemanes no vencieran a sus adversarios, la unión europea no dejaría de realizarse, y, según Liszt, de forma mucho más completa que en el caso de una victoria alemana. Dada su creciente necesidad de expansión, los Estados europeos, hostiles entre sí aunque fueran incapaces de luchar unos contra otros, continuarían dificultándose mutuamente su "misión" en el Oriente Próximo, África, Asia, y serían derrotados en todas partes por los Estados Unidos de América y el Japón. En el caso de que la guerra termine sin un vencedor "claro", Liszt piensa que la absoluta necesidad de una entente económica y militar de las potencias europeas prevalecerá sobre los intereses de pueblos débiles y atrasados y, sin duda alguna sobre todo, contra sus propias masas trabajadoras. Ya hemos expuesto más arriba los grandes obstáculos que impiden la realización de este programa.

Pero si estos obstáculos fueran superados, aunque sólo fuera parcialmente, sobrevendría inmediatamente la instauración de un trust imperialista de los Estados europeos, es decir una sociedad de pillaje por acciones. En tal caso, el proletariado no debería luchar por el retorno a un Estado "nacional" autónomo, sino por convertir el trust imperialista en una federación democrática europea.

Sin embargo, cuanto más avanza el conflicto más se pone de manifiesto la absoluta incapacidad del militarismo para resolver los problemas que plantea la guerra y menos posibilidades hay para estos proyectos de unificación europea desde arriba. La cuestión de los "Estados Unidos de Europa" imperialistas ha dejado paso a los proyectos de unión económica entre Austria y Alemania y a la perspectiva de una alianza cuatripartita con sus aranceles y sus impuestos de guerra completados por el militarismo de unos dirigido contra los otros.

Después de lo que acabamos de decir, sería superfluo insistir sobre la enorme importancia que, para la ejecución de estos planes, tendrá la política del proletariado de los dos trust de Estados por su lucha contra los aranceles establecidos y contra las barreras militares y diplomáticas, por la unión económica de Europa.

Y ahora, tras los inicios tan prometedores de la revolución rusa, tenemos buenas razones para esperar que un poderoso movimiento revolucionario se extienda por toda Europa. Está claro que tal movimiento no podría tener éxito, desarrollarse y vencer más que como movimiento general europeo. Aislado entre los límites de sus fronteras nacionales estaría condenado al fracaso. Nuestros social-patriotas nos muestran el peligro que supone el militarismo alemán para la revolución rusa. Indudablemente es un peligro, pero no es el único. Los militarismos inglés, francés, italiano son peligros no menos terribles para la revolución rusa que la máquina de guerra de los Hohenzollern. La esperanza de la revolución rusa estriba en su propagación a toda Europa. Si el movimiento revolucionario se desarrollara en Alemania, el proletariado alemán buscaría y encontraría un eco revolucionario en los países "hostiles" de Occidente, y, si en uno de estos países el proletariado arrancara el poder de manos de la burguesía, se vería obligado, aunque sólo fuera para conservarlo, a ponerlo al servicio del movimiento revolucionario de los otros países. En otras palabras, la instauración de un régimen de dictadura del proletariado estable sólo sería concebible a escala europea, bajo la forma de una Federación democrática europea. La unificación de los Estados de Europa, que no puede ser realizada ni por la fuerza militar ni mediante tratados industriales y diplomáticos, constituirá la principal y más urgente tarea del proletariado revolucionario triunfante.

Los Estados Unidos de Europa son la consigna del período revolucionario en el que hemos entrado. Sea cual sea el giro que tomen las operaciones militares en lo sucesivo, sea cual sea el balance que la diplomacia pueda sacar de la guerra actual, y sea cual sea el ritmo de progresión del movimiento revolucionario en lo inmediato, la consigna de Estados Unidos de Europa seguirá teniendo en todo caso una gran importancia como fórmula política de la lucha por el poder. Mediante este programa se expresa el hecho de que el Estado nacional ha quedado desfasado, como marco para el desarrollo de las fuerzas productivas, como base de la lucha de clases, y por lo tanto como forma estatal de la dictadura proletaria. Nosotros oponemos una alternativa progresiva al conservadurismo que defiende una patria nacional caduca, a saber, la creación de una nueva patria más completa, de la revolución, de la democracia europea, única capaz de ser el punto de partida que necesita el proletariado para propagar la revolución en todo el mundo. Claro que los Estados Unidos de Europa no serán más que uno de los dos ejes de "reorganización mundial" de la industria. Los Estados Unidos de América serán el otro.

Ver las perspectivas de la revolución social en los límites nacionales significa sucumbir al mismo espíritu nacionalista estrecho que configura el contenido del social-patriotismo. Hasta el final de su vida, Vaillant consideraba a Francia como el país predilecto de la revolución social y por ello insistió en su defensa hasta el final. Lutsh y otros, unos hipócritamente, otros sinceramente, creían que la derrota de Alemania significaría ante todo la destrucción de las bases mismas de la revolución social. Últimamente, nuestros Tseretelli y nuestros Chernov, que, en nuestras condiciones nacionales, han repetido la misma triste experiencia que el ministerialismo francés, juran que su política está al servicio de los objetivos de la revolución y, por lo tanto, no tiene nada en común con la política de Guesde y Sembat. De forma general, no hay que olvidar que en el social-patriotismo al lado del más vulgar reformismo hay un reformismo activo, un mesianismo revolucionario nacional que consiste en considerar a la propia nación como el Estado elegido para conducir a la humanidad al "socialismo" o a la "democracia", aunque no sea más que bajo su forma industrial o democrática y orientada hacia las conquistas revolucionarias. Defender la base nacional de la revolución por tales métodos, que perjudican las relaciones internacionales del proletariado, equivale realmente a minar la revolución, que no puede comenzar más que sobre una base nacional, pero que no podría completarse sobre esta base dada la actual interdependencia económica, política y militar de los Estados europeos, jamás tan evidente como en el curso de la actual guerra. La consigna de los Estados Unidos de Europa expresará esta interdependencia que determinará directa e inmediatamente la acción conjunta del proletariado europeo durante la revolución.

El social-patriotismo, que en principio es, si no lo es siempre en los hechos, la aplicación del social-reformismo en su forma más depurada y de su adaptación a la época imperialista, se propone tomar la dirección de la política del proletariado, enmedio de la actual tormenta mundial, y seguir el camino del "mal menor", es decir unirse a uno de los dos bandos. Nosotros rechazamos este método. Sostenemos que la guerra preparada por la evolución anterior ha puesto de manifiesto claramente los problemas fundamentales del desarrollo capitalista actual en su conjunto. Es más, la línea política que debe seguir el proletariado internacional y sus secciones nacionales no debe estar determinada por rasgos políticos nacionales secundarios, ni por las ventajas problemáticas que supondría la preponderancia militar de uno de los bandos (máxime cuando estas ventajas problemáticas deber pagarse por adelantado con la renuncia a toda política proletaria independiente), sino por el antagonismo fundamental que existe entre el proletariado internacional y el régimen capitalista en su conjunto. La unión democrática republicana de Europa, una unión realmente capaz de garantizar el libre desarrollo nacional, solamente es posible mediante la lucha revolucionaria contra el militarismo, el imperialismo, el centralismo dinástico, mediante revueltas en cada país y la convergencia de todas estas sublevaciones en una revolución europea. La revolución europea triunfante, independientemente de su curso en los diferentes países y en ausencia de otras clases revolucionarias, sólo puede transmitir el poder al proletariado. Y de este modo, los Estados Unidos de Europa son la única forma concebible de la dictadura del proletariado europeo.

Rompe la Secretaría del Exterior del SME con la Asamblea Nacional Estudiantil que ella misma convocó

Una nota muy interesante enviada por un integrante de la Asamblea Nacional Estudiantil ante lo que cabe preguntarse:

¿Así promueve la llamada unidad?

¿Porqué el CC del SME pacta con charros y se expulsa a los estudiantes que verdaderamente actúan para defender al SME?


¿Porqué si los charros son quienes boikotean la huelga política ?


Por Benka

En la pasada Asamblea nacional Estudiantil la Secretaría del Exterior del SME anunció su rompimiento con la misma a través de su portavoz José Luis “El Ayatola”. Argumentando que había “diferencias políticas”, la dirección del SME rompió con los estudiantes que de forma más constante apoyan su lucha. Compañeros que participamos en las acciones del 11 de Noviembre, del 16 de Marzo, en brigadeos en zonas fabriles a favor de la lucha del SME, etcétera.

Las “diferencias políticas” giran en torno a la crítica que varios compañeros y organizaciones de la ANE hicimos a la huelga de hambre. Aquí hay que destacar que estas críticas pertenecen a un sector de la Asamblea, y nunca fueron adoptadas como posturas de la ANE (de hecho, ni siquiera se plantearon como una consigna de la ANE, sino sólo como una crítica a la táctica de la dirección del SME). Desde la pasada ANRP el señor Amezcua, Secretario del Exterior del SME, había hablado de convocar nuevamente a la ANE, por su “escasa participación y número”, esto en una ANRP que ni siquiera sesionó como tal por falta de quórum.

Ante la pregunta expresa de varios participantes en la ANE, José Luis dijo que se no se desconocería a la ANE, pero que acabaría su “relación preferencial” con ella y buscaría convocar a otro espacio con otros grupos que no participaron en la ANE, específicamente El Militante y la Corriente En Lucha. Ambas corrientes son grupos que han tenido una conducta de boicot de los espacios de coordinación estudiantil, sobre todo El Militante, que en dos años consecutivos (2009 y 2010) salieron de las reuniones de coordinación de la marcha del 2 de octubre. El caso de la marcha del 2010 fue particularmente grave, ya que El Militante rompió con la asamblea del Instituto Nacional politécnico y llegó a autoproclamarse como la asamblea del mismo, con lo que dejan claro que no tienen ningún interés en coordinarse o construir con otras tendencias y compañeros independientes sino en controlar y bloquear los espacios. A esto, hay que sumar que El Militante regentea un movimiento de rechazados, a los cuales cobran por dar lugar en el Poli.

La Corriente en Lucha tiene mucha menos cola que le pisen, pero también es un grupo que se niega a participar en los espacios de coordinación estudiantil, como lo es la Asamblea Universitaria de la UNAM, muchas veces argumentando que “no son representativos” cuando son el espacio necesario para construir un movimiento estudiantil que sí lo sea, y que tenga asambleas y representantes por escuela o facultad. También es importante señalar que los de En Lucha provocaron un largo debate sobre hacer una cena de fin de año en 2009 para los electricistas y, cuando lo ganaron, no hicieron la cena que habían prometido.

Con esto, el SME da la espalda a los estudiantes que tenemos la voluntad de organizarnos y busca construir un movimiento estudiantil “a modo”, que no sea crítico y que esté ahí sólo para engrosar las filas y “salir en la foto”.

Ante esto, la ANE afirmó que su apoyo al SME es incondicional, mas no acrítico, y que se mantendrá en la lucha del SME. Así mismo, la ANE desarrolló un plan de acción en contra de la reforma laboral panista, y que comienza con la marcha del 1 de mayo, con nuevos brigadeos en zonas fabriles el 28 y 29 de abril.



¡¡Todo el apoyo al SME!! ¡¡Viva el movimiento estudiantil organizado!!

EVENTO CULTURAL: COLECTIVO CEIBA EN EL ZÓCALO CAPITALINO

Por Mineko Kia Sakurazukamori

Desde el domingo en que dio inicio la huelga de hambre de los SMEítas no me había vuelto a parar por el Zócalo, así que cuando arribé al escenario el día de hoy, éste ya se encontraba bastante modificado: ya no solo era una carpa, sino cerca de diez contando la principal que alberga a los trabajadores que se han ido agregando día a día hasta sumar ya más de 50 liquidados de Luz y Fuerza los que se encuentran llevando a cabo este heróico acto de resistencia pacífica, además de los muchos otros compañeros que están presentes formando algo parecido a un círculo de seguridad y guardia en torno a los huelguistas. Por supuesto, no debemos olvidar que apenas va corriendo la primer semana, misma que no muestra todavía las repercusiones de lo que significa estar sin comer alimentos sólidos. Lo más crítico comenzará a partir de la segunda semana y esto no omite que quienes decidieron someterse a esta dura prueba están viviendo fuera de su hogar, lejos de su familia la mayor parte del tiempo y de las comodidades a las que se tiene fácil acceso en otras condiciones. Tampoco debemos olvidar que hasta decidir llevar a cabo una huelga de hambre implica organización y logística, máxime si tomamos en cuenta que día a día se suman más seres humanos a esto.

Y mientras en diversos puntos de nuestro país la sangre inocente sigue corriendo, ya sea por una estúpida guerra que no está pegándole al crimen organizado, ya sea por represión de caravanas pacifistas, en el Zócalo los SMEítas están resistiendo y no podía faltar el toque renegado con diversas muestras culturales y en esta ocasión correspondió organizar al Colectivo Ceiba el acto cultural del día de hoy y como ha venido haciéndose una costumbre, en todo evento cultural organizado a favor de los compañeros del SME, se aprovecha la ocasión para realizar acopio en dinero y especie para apoyar a esta lucha.

Lo acontecido del día en imágenes:

Poco antes de que el Colectivo Ceiba diera inicio a su evento, estudiantes de la Preparatoria Fresno, ubicada en la colonia Sta. María la Ribera, se hicieron presentes para realizar una pequeña representación artísitica alusiva al revolucionario Francisco Villa...













Arrancó el evento con Los Políticos Payasos...


















Se hizo una pequeña pausa, pues los SMEítas llevaron a cabo una pequeña manifestación alrededor de la plancha del Zócalo...










Los Eléctricos es un grupo de rock integrado por SMEítas que interpreta desde melodías de su propia autoría hasta covers de grupos diversos... ¡y muy buenos!...










Y Alberto Arista...



 



Y en un inter, lograron colarme a la carpa principal donde se encuentran los compañeros SMEítas en huelga de hambre...






Los nueve primeros hombres que dieron inicio a la huelga de hambre desde el domingo pasado (aclarando que esta toma no la hice yo directamente) ...



* El colofón: Me voy a extender un poco comentando lo siguiente a manera de crítica que construya, pues me enteré de momento y fue algo que me confundió un poco, pero es importante que lo sepamos.




De golpe y porrazo el evento terminó. Una persona se subió al templete (imagino que del SME) y dijo que ya eran las 9 de la noche y los huelguistas tenían que descansar y tan pronto lo dijo todo se comenzó a desmantelar. Hasta aquí, todo bien; el asunto es que después algunos compañeros del Colectivo que organizó el evento me hicieron saber que el mismo ya estaba planeado y organizado con anticipación con el mismo SME. Otro punto importante es que un grupo musical conocido como Los Resistentes sería el que cerraría el evento tocando a las 9 en punto, no antes, pues no le sería posible hacerlo. Todo esto se comentó con anticipación entre el Colectivo y los SMEítas que organizan y llevan la logísitica en el campamento del Zócalo y se llegó a un acuerdo, entre ellos, el que dicho grupo podría tocar a la hora mencionada sin problema alguno, así que a todos nos sorprendió que el evento se diera por terminado, así nomás. ¿Qué pasó?, ¿por qué el cambio repentino? Y si hago saber esto es porque yo también (y muchos renegados, no solo yo) hemos recibido este tipo de "cortones" en muchos sentidos -aclarando que no precisamente del SME, sino desde antes de que su lucha se sumara de manera paralela a la nuestra-.



Tiempo ha que he llegado a la conclusión de que si bien es cierto que estamos tratando de cambiar las cosas empezando desde la cabeza (el gobierno), también es cierto que en nuestro trato cotidiano entre ciudadanos no siempre somos de una sola pieza, no somos honestos o nos andamos con claro-oscuros al momento de aclarar muchos puntos.



Somos muchos los ciudadanos que estamos poniendo lo mejor de nosotros en tiempo, dinero y espacio y con toda la buena voluntad. No se busca el lucro, no se busca el protagonismo, tan solo queremos ayudar porque muchos entendemos que solo tendiendo puentes entre todos se logran las cosas. Está de más comentar la molestia (y con razón) del colectivo que organizó este evento con anticipación y es lamentable, pues precisamente esos puentes que poco a poco se construyen pueden destruirse de manera instantánea, se genera un grado importante de desasociego y desencanto (y lo más triste es que es desencanto que se da entre nosotros mismos, amén del que ya nos genera este mal-gobierno, con el que ya tenemos más que suficiente) y la desconfianza comienza a permear entre nosotros.



Tampoco nos es desconocida la división que existe entre la izquierda y sin pelos en la lengua: hasta dentro del movimiento de resistencia LopezObradorista lo hay, ya sea por afanes protagónicos, por celos "profesionales" (muy estúpido esto último, pues para mí es símbolo de inmadurez y hasta de inseguridad, pero se da) y hasta por persecusión de hueso político (¡oh, sí!).



¿A dónde vamos, compañeros, si tomamos actitudes así?, ¿cómo pretendemos cambiar las cosas si no cambiamos nosotros mismos muchas actitudes típicas del "buen" ciudadano mexicano?, ¿cómo podemos exigir que queremos cambiar las cosas, si no cambiamos nosotros mismos cuidando hasta los pequeños detalles? La unión de luchas sociales no se logra con este tipo de actitudes, eso tengámoslo presente y mientras nosotros actuamos así, la derecha, recordémoslo, se une y tiende sus puentes.



Mucho ojo.





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