jueves, 18 de febrero de 2010

LA LUCHA DE CLASES

La humanidad está dividida en dos clases: la clase capitalista y la clase trabajadora. La clase capitalista posee la tierra, la maquinaria, los útiles de trabajo, las minas, las casas, los ferrocarriles, barcos y demás medios de transportación, las fábricas, los talleres, y como guardián de todos estos bienes, cuenta con el gobierno en cualquiera de sus formas: monarquía absoluta, monarquía constitucional y República ya sea central o federal. La clase trabajadora no posee más que sus brazos, su cerebro y la energía vital que la pone en aptitud de ejecutar algún trabajo, mientras puede tenerse en pie.

La clase capitalista, bajo cualquier forma de gobierno puede vivir a sus anchas, porque tiene los medios materiales que la ponen en una situación ventajosa respecto de los que nada tienen, esto es, de los trabajadores, gozando por lo mismo de una gran independencia y de una gran libertad, pues no solamente puede satisfacer sus necesidades sin depender de nadie, sino que, además, tiene en su apoyo el mecanismo gubernamental que de ella depende y el cual tiene leyes, tiene jueces, tiene polizontes, tiene soldados y tiene presidios, en fin, tiene todos los medios necesarios para garantizar a los ricos el pacífico y libre disfrute de sus riquezas.

La clase pobre, en virtud de encontrarse la riqueza acaparada por los ricos, se ve forzada a depender de estos. Si el pobre quiere trabajar la tierra, tiene que alquilarse por un determinado precio que se llama salario y que representa una ínfima parte de lo que produce con sus brazos. Si el trabajador quiere trabajar en una fábrica, en una mina, en un barco, en un ferrocarril, en la construcción de una casa o en cualquiera otra tarea, tiene igualmente que alquilar sus brazos para recibir el salario que representa siempre una mínima parte de lo que produce. Se ha calculado que los patrones pagan solamente una décima parte del valor producido por el trabajo del obrero, y en México la proporción es todavía más grande, pues sabido es que los salarios en nuestro país son una verdadera limosna. Las nueve décimas partes de lo que produce el trabajador pasan a los bolsillos del patrón, como ganancia, a pesar de que éste no se ha fatigado para producir como se fatiga el trabajador. Esa ganancia, naturalmente, está sancionada por la ley que, como lo he dicho muchas veces, ha sido hecha, como todas las leyes, por la clase capitalista, que, por supuesto, tiene que hacer leyes que beneficien a su clase, que protejan la explotación que ejercen los amos. Esas leyes son las que imperan en todas partes, en todos los países llamados civilizados, desde los regidos por monarcas absolutos hasta los gobernados por presidentes constitucionales como los Estados Unidos y Suiza que tienen fama de ser países libres, Repúblicas Modelos.

El trabajador, pues, es esclavo en todas partes. Esclavo en Rusia, esclavo en Estados Unidos, esclavo en México, esclavo en Turquía, en Francia, esclavo dondequiera. Las famosas libertades políticas que el maderismo quiere conquistar, como la libertad electoral, la de reunión, la de pensar y otras muchas no son sino verdaderas engañifas con que se desvía al proletariado de su misión sagrada: la libertad económica. Sin libertad económica no se puede gozar de la libertad política.

Hay países, como Rusia, por ejemplo, donde no hay libertades políticas, y sin embargo, el trabajador es tan desgraciado ahí como en los Estados Unidos, país que se pavonea de ser libre. En las calles de San Petersburgo, de Moscú, y de Odesa se ven circular los mismos andrajos, las mismas caras pálidas, que en las calles de Nueva York o de Chicago, lo que quiere decir que en Rusia, país bárbaro y oprimido existe el mismo problema, la misma cuestión social que en los Estados Unidos, país que se jacta de ser civilizado y libre.

En el Canadá, a pesar de que no existe ley que garantice a todos el derecho de votar, esto es, donde no hay lo que se llama sufragio universal, pues en ese país solamente tienen derecho a votar los que tienen bienes de fortuna, el trabajador vive con más desahogo que en los Estados Unidos donde existe el sufragio universal, esto es, el derecho que tienen todos los hombres llegados a cierta edad de elegir sus gobernantes.

Esto prueba que no es el voto, no es el derecho de pensar ni de reunión ni de ninguna otra de las facultades políticas que dan las leyes lo que da de comer al trabajador. El derecho de votar es un sarcasmo. Aquí, en los Estados Unidos, tenemos la prueba de ello. El pueblo de esta nación ha tenido siempre el derecho de votar, y sin embargo, las miserables barriadas de Nueva York, de Chicago, de St. Louis, de Filadelfia, y de todas las grandes ciudades americanas son testigos elocuentes de la ineficacia del voto para hacer la felicidad de los pueblos. En esas barriadas, cientos de miles de personas se pudren física y moralmente en covachas infectas, y en toda la nación, todas las mañanas, cuatro millones de seres humanos salen de esas mansiones de la mugre y del hambre a buscar trabajo para poder volver a las covachas con un mendrugo de pan para la mujer y para los hijos; pero como no encuentran trabajo, regresan con las manos vacías y apretándose el estómago para reanudar al día siguiente la penosa peregrinación en busca de amos a quienes alquilar sus brazos, y llegado el tiempo de las elecciones, esos hambrientos se apresuran a firmar una boleta electoral para encumbrar a otro gobernante que les continúe apretando el pescuezo.

Si tenemos este ejemplo a la vista ¿por qué hemos de empeñarnos en conquistar una facultad ilusoria como es la de votar? ¿Por qué no mejor dedicar todas nuestras energías a la conquista de la tierra, la tierra que es la fuente de todas las riquezas y que, en manos del pueblo aseguraría a todos la vida, les daría, por lo mismo, la independencia económica, y como una consecuencia de eso, la verdadera libertad?

Bienes materiales es lo que necesita el pueblo para poder ser libre. Que tome el pueblo posesión de la tierra y de los instrumentos de trabajo, es lo que quiere el Partido Liberal. Cuando el pueblo sea dueño de la tierra, todo caerá en sus manos por la fuerza misma de las circunstancias. ¿Es locura esto? Así lo aseguran los cobardes, los ignorantes y los que tienen empeño en que continúe el actual sistema de explotación a la clase trabajadora. Todos aquellos que tienen deseos de ocupar puestos públicos grandes o chicos; todos aquellos que quieren vivir a expensas de los demás, desean que Madero triunfe; pero el pueblo trabajador sensato, el que no cuenta con más capital que sus manos encallecidas en las duras labores a que lo sujetan los burgueses, los trabajadores que han sabido entender lo que Regeneración les enseña, esos no pueden seguir a Madero, no pueden seguir a los que hacen de la política su modo de vivir, sino que están dispuestos a continuar la lucha de clases, la lucha contra el capitalismo hasta hacerlo morder el polvo.

Hay dos clases sociales: la que explota y la explotada. La que explota tiene interés en que Madero esté en el poder para continuar explotando. La clase explotada, por su parte, tiene interés en que la tierra sea para todos, en que ya no haya amos, en que ya no haya miseria.

Compañeros, seguid la bandera del Partido Liberal que tiene este lema: Tierra y Libertad.

Ricardo Flores Magón

(De Regeneración, 4 de marzo de 1911).



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