lunes, 8 de noviembre de 2010

ESBOZO DE CRÍTICA DE LA ECONOMÍA POLÍTICA (II)

Damos a conocer la segunda parte de este texto clásico de Friedrich Engels, inédito hasta ahora  en internet. Esta versión está basada en la traducción de Wenceslao Roces, 1962. Ed. Grijalbo. España

Consideramos de gran ayuda estos ensayos como lectura previa para quien comience la lectura de El Capital de Karl Marx, o bien para quien inicia en su formación política revolucionaria.


Por Friedrich Engels

El siglo XVIII, el siglo de la revolución, revolucionó también la Economía. Pero, así como todas las revoluciones de este siglo pecaron de unilaterales y quedaron estancadas en la contradicción, así como el espiritualismo abstracto* se opuso al materialismo abstracto, a la monarquía la república y al derecho divino el contrato social, vemos que tampoco la revolución económica pudo sobreponerse a la contradicción correspondiente. Las premisas siguieron en pie por todas partes; el materialismo no atentó contra el desprecio y la humillación cristianos del hombre y se limitó a oponer al hombre en lugar del Dios cristiano, la naturaleza como algo absoluto; la política no pensó siquiera en entrar a investigar las bases sobre que descansaba el Estado en y de por sí; y por su parte, a la Economía no se le pasó por las mientes pararse a preguntar por la razón de ser de la propiedad privada. De ahí que la nueva Economía no representara más que un nuevo progreso a medias; veíase obligada a traicionar sus propias premisas y a renegar de ellas, a recurrir al sofisma y la hipocresía para encubrir las contradicciones en que se veía envuelta y poder llegar a conclusiones que la empujaba el espíritu humano del siglo que las premisas de que ella misma partía. Esto hizo que la Economía adoptase un carácter filantrópico; retiró su favor a los productores para encaminarlo hacia los consumidores; aparentó una santa aversión contra los sangrientos horrores del sistema mercantil y proclamó el comercio como un lazo de amistad y concordia entre las naciones y los individuos. Todo aparecía envuelto en hermosos colores, pero las premisas, que seguían en pie, no tardaron en imponerse de nuevo y engendraron, en contraste con esta esplendorosa filantropía, la teoría malthusiana de la población, el sistema más brutal y bárbaro que jamás ha existido, un sistema basado en la desesperación, que venía a echar por tierra todos aquellos discursos sobre el amor a la humanidad y el cosmopolitismo; engendraron y pusieron en pie el sistema fabril y la moderna esclavitud, que nada tiene que envidiar a la antigua en cuanto a crueldad e inhumanidad. La nueva Economía, el sistema de la libertad de comercio basado en la Whealt of Nations,* de Adam Smith, revela los mismos rasgos de hipocresía, inconsecuencia e inmoralidad que actualmente se enfrentan en todos los campos al libre sentido humano.

¿Quiere esto decir que el sistema de Adam Smith no representa un progreso? Sin duda que lo representó, y un progreso, además necesario. Fue necesario, en efecto, que el sistema mercantil, con sus monopolios y sus trabas comerciales, se viniera a tierra, para que pudieran revelarse con toda su fuerza las verdaderas consecuencias de la propiedad privada; fue necesario que pasaran a segundo plano todas aquellas pequeñas consideraciones localistas y nacionales, para que la lucha de nuestro tiempo se generalizara y cobrara un carácter más humano; fue necesario que la teoría de la propiedad privada abandonase la senda puramente empírica, que se limitaba a indagar objetivamente, y asumiese un carácter más científico, que la hiciese responsable también de las consecuencias, llevando con ello el problema a un terreno más general humano; que la inmoralidad contenida en la vieja Economía se viera llevada a su ápice por el intento de negarla, como si con ello se la hiciera desaparecer, y por la consiguiente hipocresía, corolario obligado de semejante intento. Todo ello se hallaba implícito en la naturaleza misma de la cosa. Reconocemos de buen grado que sólo la fundamentación y la práctica de la libertad de comercio nos han puesto en condiciones de poder remontarnos por encima de la economía basada en la propiedad privada, pero tenemos tener también el derecho de presentar esta libertad reducida a toda su nulidad teórica y práctica.

Y nuestro juicio tendrá que ser, por fuerza, tanto más duro cuanto más pertenezcan a nuestros días los economistas a quienes habremos de enjuiciar. Mientras que Smith y Malthus sólo se encontraron con fragmentos sueltos, los economistas posteriores tenían ya ante sí todo el sistema terminado; estaban a la vista todas las consecuencias, aparecían bien de relieve las contradicciones, a pesar de lo cual no fueron capaces de entrar a analizar las premisas, haciéndose sin embargo responsables de todo el sistema. Cuanto más se acercan los economistas a los tiempos presentes, más van alejándose de los postulados de la honradez. A medida que avanza el tiempo, aumentan necesariamente los sofismas encaminados a mantener la Economía a la altura de la época. Esto hace que Ricardo, por ejemplo, sea más culpable que Adam Smith y Mac Culloch y Mill, más culpables que Ricardo.

La moderna Economía no puede ni siquiera enjuiciar certeramente el sistema mercantil , porque ella misma peca de unilateral y se halla todavía impregnada de las premisas de éste. Y sólo estará en condiciones de asignar a cada uno de ellos el lugar que le corresponde el punto de vista que se sobreponga a la contradicción entre ambos sistemas, que critique las premisas comunes a uno y otro y que parta de una base general y puramente humana. Los defensores de la libertad de comercio son, como se demostrará, peores monopolistas que los mismos viejos mercantilistas. Y asimismo se pondrá de manifiesto que bajo el falaz humanitarismo de los modernos se esconde una barbarie de la que los antiguos no tenían ni idea; que el embrollo conceptual de éstos mostraba cierta sencillez y consecuencia, si se lo compara con la ambigüedad lógica de sus detractores, y que ninguna de las dos partes puede echar en cara a la otra nada que no tenga que acusarse a sí misma.

 
* Riqueza de las naciones
 
Escrito a fines de 1843 y en enero de 1844


Publicado por primera vez en los Deutsch-Französische Jarbücher, París, 1844.

Continuará...

 

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