Damos a conocer la primera parte de este texto clásico de Friedrich Engels, inédito hasta ahora en internet. Esta versión está basada en la traducción de Wenceslao Roces, 1962. Ed. Grijalbo. España
Consideramos de gran ayuda estos ensayos como lectura previa para quien comience la lectura de El Capital de Karl Marx, o bien para quien inicia en su formación política revolucionaria.
Por Friedrich Engels
La economía política nació como una consecuencia natural de la extensión del comercio, y con ella apareció, en lugar del tráfico vulgar sin ribetes de ciencia, un sistema acabado de fraude lícito, toda una ciencia sobre el modo de enriquecerse.
Consideramos de gran ayuda estos ensayos como lectura previa para quien comience la lectura de El Capital de Karl Marx, o bien para quien inicia en su formación política revolucionaria.
Por Friedrich Engels
La economía política nació como una consecuencia natural de la extensión del comercio, y con ella apareció, en lugar del tráfico vulgar sin ribetes de ciencia, un sistema acabado de fraude lícito, toda una ciencia sobre el modo de enriquecerse.
Esta economía política, o ciencia del enriquecimiento, que brota de la envidia y la avaricia entre unos y otros mercaderes, viene al mundo trayendo en la frente el estigma del más repugnante de los egoísmos. Se profesaba todavía la ingenua ciencia de que el oro y la plata constituían la riqueza y no se encontraba, por ello, nada más urgente que prohibir en todas partes la exportación de metales “preciosos”. Las naciones se enfrentaban unas a otras como avaros, rodeando cada una con ambos brazos su querida talega de oro y mirando a sus vecinos con ojos envidiosos y llenos de recelo. Y se recurría a todos los medios imaginables para extraer de los pueblos con los que se comerciaba la mayor cantidad posible de dinero contante y sonante, procediendo luego a colocar celosamente detrás de la línea aduanera la moneda arrebatada.
Este principio, aplicado del modo más consecuente, había matado al comercio. Percatándose de ello, se comenzó a rebasar esta primera etapa; se comprendió que en las arcas yacía inactivo el capital, mientras que en la circulación se incrementaba continuamente. Esta consideración hizo que se rompiera el retraimiento; las naciones echaron a volar sus ducados como reclamo para cazar más dinero y se reconoció que en nada perjudicaba el pagar a otro un precio demasiado alto por su mercancía, siempre y cuando se pudiera obtener de él otro todavía mayor por la mercancía propia.
Surgió así, sobre esta base, el sistema mercantil. Bajo él, quedaba ya un tanto recatada la avaricia del comerciante; las naciones se acercaron un poco más, concertaron tratados de comercio y amistad, se dedicaron a negociar las unas con las otras y, con el señuelo de mayores ganancias, se abrazaban y se hacían todas las protestas de amor imaginables. Pero, en el fondo, seguía reinando entre ellas la codicia y la avaricia de siempre, que estallaban de vez en cuando en las guerras, encendidas todas ellas en aquel período por la rivalidad comercial. En estas guerras se ponía de manifiesto que en el comercio, lo mismo que en el robo, no había más ley que el derecho del más fuerte; no se sentía el menor escrúpulo en arrancar al otro, por la astucia, o por la violencia, los tratados considerados como los más beneficiosos.
La piedra angular de todo el sistema mercantil es la teoría de la balanza comercial. En efecto, como las naciones se aferraban todavía al principio de que el oro y la plata eran la riqueza, sólo se reputaban beneficiosos aquellos tratos que, en fin de cuentas, traían al país dinero contante. Para averiguar el saldo favorable, se cotejaban las exportaciones y las importaciones. Quien exportaba más de lo que importaba daba por supuesto que la diferencia afluía al país en dinero efectivo y se consideraba enriquecido con ella. Todo el arte de los economistas estribaba, por tanto, en velar por que al final de cada ejercicio las exportaciones arrojaran un saldo o balanza favorable sobre las importaciones. ¡Y en aras de esta grotesca ilusión miles de hombres morían sacrificados en los campos de batalla! También el comercio puede enorgullecerse, como se ve, de su Inquisición y de sus cruzadas.
Escrito a fines de 1843 y en enero de 1844
Publicado por primera vez en los Deutsch-Französische Jarbücher, París, 1844.
Continuará...
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