Por: Marta Lamas
MÉXICO, D.F., 11 de enero.- La legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo, junto con el derecho a que adopten criaturas, ha desatado una andanada de respuestas críticas entre las que sobresalen las campañas de odio homofóbicas. Lo de los obispos era previsible, aunque no en ese nivel (el obispo de Aguascalientes, ignorando a Darwin, dijo: "Ni siquiera los perros hacen sexo con perros de su mismo sexo"). En la Ciudad de México, por lo que muestran las encuestas y la red de conversaciones, se ha alcanzado un nivel civilizatorio muy aceptable aunque no faltan los que sueltan frases del tipo de: "Yo estoy a favor de que las parejas homosexuales tengan derechos, ¡pero la verdad me da asco pensar lo que hacen en la cama!"
Hace tiempo la antropóloga británica Mary Douglas explicó, en su famoso libro Pureza o peligro, que el asco no sólo es una reacción biológica, sino que básicamente es una construcción humana: lo que nos da asco depende de nuestra percepción de las reglas sociales, o sea, de nuestra cultura. La homofobia es una combinación de asco, miedo y odio, pero como no es políticamente correcto sentir odio por los homosexuales, y como nadie acepta tener miedo (¿a la atracción?), el asco resulta ser el sentimiento que se manifiesta más frecuentemente. Se siente asco por aquellas personas a las que se desprecia (en ocasiones también lo provocan los políticos). El asco es el sentimiento despectivo cuya siguiente etapa es un rechazo muy activo.
El problema político con el discurso del asco es que deriva en prácticas excluyentes, incluso, represivas. La antropóloga peruana Rocío Silva considera que el asco es una forma de construir una "otredad". Las fronteras entre lo que aceptamos y lo que nos da asco crean una división entre "nosotros" y los "otros". Silva llama basurización simbólica a una forma de organizar al otro como elemento sobrante de un sistema simbólico. La Iglesia católica acepta únicamente la heterosexualidad reproductiva, y condena la homosexualidad como motivo de abominación. Así, el dogma católico, entretejido en la cultura mexicana, alienta la basurización simbólica de las personas homosexuales. Este tipo de asco "ideológico" genera no sólo rechazo a la otredad, sino también miedo teatral a la contaminación. Por eso, además de ver a lesbianas y gays como seres degenerados o anormales, se les considera peligrosos y se teme que "corrompan"
a los demás.
Los seguidores del Vaticano no se preguntan por qué varios países han borrado toda referencia al sexo en los contratos matrimoniales ni indagan por qué se permite a parejas del mismo sexo adoptar. Desconocen que sociedades preocupadas por hacer efectivo el principio de no discriminación encontraron lo negativo que era normar la ciudadanía a partir de la vida sexual, y eso condujo a cambios legales para dar igualdad jurídica a la diversidad sexual. Contar con una legislación que explícitamente vea en la homosexualidad una conducta lícita ha sido un avance democrático indudable, aunque, como bien nos explicó el obispo Lozano Barragán, esa forma de amar impide llegar al cielo.
Ahora bien, la basurización simbólica que en nuestro país se hace de las lesbianas y los gays se apoya en la ignorancia cerril de quienes desconocen los planteamientos éticos y políticos, psicoanalíticos y antropológicos que han llevado a reformular el estatuto social y jurídico de la homosexualidad. En México amplios sectores de la población aún ven en la homosexualidad una degeneración asociada con pedofilia, pederastia y prostitución. Las patéticas muestras de intolerancia de los funcionarios del Vaticano en nuestro país y el asco "moral" que expresan algunos sectores de la población hablan no sólo del desprecio por los otros, sino también de su autocomplacencia: "Te agradezco, Señor, que no me gusten los vecinos o mis acólitos", algo no pronunciado por Marcial Maciel.
La reciente reforma en el Distrito Federal, concebida como una acción antidiscriminatoria, no va a impulsar por sí sola una mejor comprensión sobre la sexualidad humana ni tampoco va a esclarecer cómo se construye la orientación sexual. Si bien la estricta aplicación del principio de igualdad obliga al debate público sobre el tema, es muy probable que la carencia de información científica al respecto haga que se ventilen prejuicios y opiniones personales.
Como las fuerzas conservadoras van a impugnar la decisión de la mayoría de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, no estaría de más una discusión pública sobre el asco, la basurización simbólica, la discriminación y el principio de igualdad. Eso sí, habría que compartir un piso mínimo de conocimiento con una serie de lecturas básicas; por ejemplo, la de Mary Douglas. Ella explica que en muchas culturas lo situado en lugares inadecuados provoca asco. ¿Será por eso que las personas que piensan que las lesbianas y los gays que quieren casarse y tener una familia están "fuera de lugar" también suelen sentir asco?
¿Qué es lo opuesto al asco? ¿El amor, el respeto, la indiferencia? ¿Por qué hay gente capaz de decir: "Yo respeto que cada quién haga de su vida un papalote, pero me da asco pensar en dos hombres o dos mujeres ayuntándose"? No da asco lo que se respeta. Hay mucho sobre lo cual reflexionar y seguiré en mis próximas colaboraciones.
El fin de la familia tradicional
La aprobación en el Distrito Federal del matrimonio entre per- sonas del mismo sexo y de su derecho a la adopción ha sido interpretada por algunos sectores como un atentado en contra de la familia. Se estimula de esta forma la reflexión sobre los cambios que se han producido en los pasados dos siglos en la estructura familiar, y las causas de la inevitable desaparición de su forma tradicional.
Sin ser las únicas, entre las características de la familia del siglo XIX y principios del XX en Occidente, destaca una estructura jerárquica, en la cual el papel del hombre era el trabajo y las mujeres estaban destinadas a ser madres y al cuidado de los hijos y el esposo. La estructura patriarcal garantizaba el control de las funciones sexuales y reproductivas en la escala doméstica, con la vigilancia férrea de diversas instituciones, entre las que destacan las leyes y la Iglesia. Este modelo se ha transformado en aspectos centrales por los siguientes hechos:
Los anticonceptivos. En los años 40 del siglo XX, en nuestro país, el promedio de hijos por mujer era de 7; actualmente es de 2.3. Éste ha sido uno de los cambios más trascendentes en la historia humana. Al separarse la sexualidad de la reproducción, el papel de las mujeres en los núcleos familiar y social se modifica en favor de una mayor autonomía femenina. La mujer puede incorporarse a las actividades económicas sin la carga que representa la maternidad obligada, pero, sobre todo, puede decidir sobre sí misma y convertirse en dueña de su sexualidad.
Trabajo, educación y ciencia. En el siglo XX, durante la guerra y la posguerra se produjo la incorporación masiva de las mujeres en las actividades económicas, proceso que no ha cesado y permitió su desenvolvimiento en tareas que antes estaban reservadas de manera exclusiva a los hombres. En el siglo XIX el acceso de las mujeres a la educación superior estaba prohibido y, de acuerdo con los estudios de Norma Blazquez, fue al finalizar ese siglo cuando se inició su participación en este nivel.
En México, la primera médica se recibió en 1887. De acuerdo con esta autora, en la actualidad las mujeres superan 50 por ciento de la matrícula de la educación superior en el mundo y la proporción de científicas y tecnólogas a nivel global rebasa ya 30 por ciento.
La debacle del matrimonio. El divorcio constituye una pieza clave en el debilitamiento de la unión matrimonial, base de la estructura de la familia tradicional. Pero no sólo eso: las leyes otorgan plenos derechos a las uniones libres, en las cuales los hijos y las propias parejas gozan de todos los beneficios que antes correspondían sólo la a unión matrimonial. Además del divorcio, se han establecido plenos derechos legales a las familias con un solo progenitor.
Nuevos escenarios. El concepto de maternidad. Actualmente pueden distinguirse tres tipos de maternidad: genética, gestacional y social. Todas ellas pueden recaer en la misma persona, pero hay razones para distinguirlas. La primera se refiere a la mujer que aporta material biológico en la forma de ácido desoxirribonucleico (ADN); la segunda es la portadora del embarazo, que no necesariamente es la misma que la primera, puesto que puede ocurrir la donación de óvulos o bien la subrogación de úteros, y la tercera es la que se relaciona con la crianza y el desarrollo de los hijos, como en el caso de la adopción.
Tecnologías de reproducción asistida. Los avances en las tecnologías de reproducción asistida abren nuevas posibilidades. La ampliación del número de participantes biológicos en la reproducción, la individualidad reproductiva, y la posibilidad de que parejas del mismo sexo puedan ser padres o madres desde el punto de vista genético.
Matrimonio entre personas del mismo sexo. Éste es sólo un elemento más entre las múltiples transformaciones de la familia. Implica la eliminación de formas de discriminación en razón de la orientación sexual. El derecho a la adopción da lugar a una modalidad nueva de relación familiar validada por las leyes.
La familia tradicional se desvanece ante los ojos de todos, principalmente por un conjunto de logros en los derechos de las mujeres y por los avances científicos en las áreas de la sexualidad y la reproducción, con su consecuente validación legal. No es casual que los grupos conservadores busquen detenerlos, e incluso retornar (por lo que cabe la denominación de retrógrados) a los escenarios de control decimonónicos.
Finalmente, es inocultable que la resistencia a estos cambios responde a sus efectos directos sobre la estructura de las sociedades.
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